Nacido en un barrio humilde ubicado en un pueblo retrógrado y homófobo, el chico de esta historia relata cómo escapó de las duras garras del precámbrico pensamiento de los habitantes de este maravilloso y estupendo pueblo Manflorón, el armario de la provincia le llaman. Dónde se encuentran los mayores maricones por metro cuadrado en toda la provincia, y todos ocultos bajo una capa invisible de hombría y engaño.
Todos estos invertidos saciaban su sed de lefa quedando y conociéndose gracias a la ayuda de nuestro gran aliado el Grinder. Dónde torsos desnudos, culos compactos y pollas gordas XXL ocupaban la pantalla completa de nuestros teléfonos. Inicio de una conversación larga y profunda como nuestras gargantas con ansias de probar una buena polla, las ganas se quedaban simplemente en el anonimato dando lugar a pajas que nos mostrábamos a través de vídeo terminando corriéndonos tras una larga frotación de paquete, polla, culo y huevos. Además de una inusual metida de dedos por el culo enfocándolo bien y con linterna para que se viera desde abajo. Terminada la fluctuación se enfoca bien el semen, toda la lefa que se echa y salpica para que el otro chico lo vea, dando lugar más adelante a encuentros tórridos y fortuitos en las esquinas de nuestro maravillo pueblo maricón.
Esto reflejaba el gran engaño de un pueblo de olivares, de hombres robustos y fuertotes, abandonando el color de la libertad. Según pasaron los años este chico joven de pueblo decidió encontrar su felicidad fuera de los encuentros esporádicos y del amargor suave de las mamadas en las esquinas ocultas de este pueblo manflorón.
Aquí todos nos conocíamos, era un pueblo pequeño. Había un chico con el que siempre repetía. Al principio, él siempre reaccionaba a mis fotos, pero nunca se atrevía a hablar, yo sabía que él tenía algo que yo quería, no lo dudé y quedé con él. Cogí mi coche, un coche donde habían entrado más tíos que en la cabina del Boyberry. Utilizado como picadero, me abalancé sobre este chico, empecé a palparle la entrepierna notando como algo estaba creciendo entre su abultado paquete, le bajé los pantalones y comencé a chupársela, tras varios lametones entre su glande y huevos lo puse a cuatro patas, abriéndole bien el culo.
Quería que yo le diese bien fuerte, donde la única sujeción era la palanca de cambios y el volante. Con el asiento echado para atrás y abierto como nunca pidiéndome excitado;
Mi polla dura y gorda más que nunca con la vena inflada, le comencé a dar suavemente, él se quejaba al principio. Le estaba rompiendo el culo en dos, descansamos, hinqué rodillas y empecé a comérselo, comencé a chuparle el culo, metiéndole la lengua de fuera hacia dentro,
Lo agarraba fuertemente con mis manos, lo cogía con todas mis fuerzas y le metía toda mi polla, dándole de vez en cuando pollazos en los cachetes. Todo esto con la incomodidad del espacio y el freno de mano hincándose en mi culo.
La corrida fue impresionante, acabamos corriéndonos los dos abrazados fuertemente restregando nuestros cuerpos totalmente desnudos en ese asiento de coche. Nuestras pollas erectas, más empalmadas que nunca agitándose en nuestros pechos y la barriga marcada por restos de lubricante natural de nuestros glandes.
Nos corrimos! Mutuamente, dejando nuestros torsos pringados con un semen que no paraba de soltar esperma, menudo chorretazo me pegó el muy cabrón! Me salpicó hasta en las cejas llenándome por todas partes de lefa, con los culos más abiertos que nunca y ambos previamente petados. Dejamos las alfombrillas del coche llenas de pelos rizados y duros de nuestras pollas.
Finalmente decidí emprender un viaje a Madrid con aquel chico con el que repetía las quedadas nocturnas en mi coche, para conocer la libertad de poder disfrutar nuestra sexualidad sin poner límites, un lugar donde los límites los marcabas tú, un lugar diferente, ese lugar perfecto e idílico llamado Boyberry. Actualmente, ese chico con el que quedaba, es mi pareja.