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Tú me sigues en Instagram, ¿no?

Era una noche de verano. Me desperté empapado en sudor en la habitación del hostal que compartía con mi amiga Lorena en una calle trasera de la Gran Vía; yo tenía 20 años y era la primera vez que viajábamos a Madrid sin padres ni profesores. Estaba empalmadado y me costaba volver a dormirme por el calor, así que cogí el móvil y empecé a ver Instagram. Me saltó una foto de Christian, un tío cuatro o cinco años mayor que yo al que llevaba siguiendo desde hace años y que me ponía mucho. Era la hostia: estaba sin camiseta y con unos slips blancos, que se había mojado para la foto, y se le marcaba todo. Me dieron ganas de cascarme una paja, pero mi amiga estaba en la cama de al lado. Cerré Instagram y busqué en Google sitios de cruising en Madrid. El historial me recordaba que ya lo había buscado unas semanas antes; me daba mucho morbo pensar en ir, pero con Lore no podía. Habíamos preparado el viaje juntos, así que no era plan de dejarla sola toda una tarde para intentar echar un polvo. Pero ahora estaba dormida y Boyberry quedaba realmente cerca, así que decidí no pensarlo, vestirme e ir antes de que me rajase por pudor.

 

Siempre he sido bastante tímido e ir yo solo a un sitio como Boyberry me resultaba muy excitante, pero también muy intimidante. Solo de pensarlo, el corazón me latía a mil y la polla me crecía entre los vaqueros cortos. Atravesé Desengaño y llegué frente al local y quise rajarme y volverme. Me dije que si Lorena se despertaba y no me veía se asustaría, pero luego asumí que me estaba poniendo excusas a mí mismo y me obligué a entrar sin pensarlo.

 

El camarero, Alberto, me comentó que podía dejar alguna prenda en el ropero, “Para estar más cómodo”. Por un momento me imaginé quedándome en boxers y zapas y se me puso dura, pero me dio tanta vergüenza que agaché la cabeza y contesté que no. La verdad, habría molado estar a mi aire, y más en un día así de calor. Me pedí una cerveza y me senté en la barra a tomármela. Me puse a charlar con Gerrit, un hombre holandés de unos 45 que estaba en la ciudad por trabajo. Me resultó muy agradable y cuando me dijo que se tenía que marchar porque al día siguiente tenía una reunión importante, pensé que con hablar con él yo ya había cumplido con el reto que me había puesto a mí mismo de venir aquí. “Ni se te ocurra irte ahora, acabas de llegar”, me dijo Gerrit poniendo su mano en mi muslo y dándome un leve beso en la boca, que me pareció extrañamente paternal y cerdo a la vez. “Tienes que descubrir lo que hay abajo, es tu noche”, me insistió antes de irse con un guiño.

 

Apuré lo que me quedaba de cerveza y le eché valor. Sabía que Gerrit tenía razón: había venido por el morbo y no podía volverme a mi pueblo sin haber descubierto lo que había en el piso inferior. Bajé las escaleras tanteando la pared con la mano. Estaba oscuro y temía caerme y quedar como un idiota; no quería ser ese niñato que llega a cortar el rollo a los demás. Me senté en un banco frente a una tele con porno y me puse a ver a los chicos pasar. En seguida me di cuenta de cómo funciona el código de miradas: si me gustaba algún chico debía mirarle fijamente a los ojos, como si quisiera atravesarle, que era lo que hacía conmigo otro chico alto, pero como no estaba seguro de querer follar con él, le apartaba la mirada. Me fui al pasillo de las cabinas. El ambiente estaba cargado y me atreví a dar otro paso: quitarme la camiseta. No tengo un cuerpo escultural, ni pectorales de gimnasio ni abdominales, pero sé que mi cuerpo delgado, mi vello rubio y mi piel blanquita (aquel año no había pisado la playa) suelen atraer a chicos mayores que yo, aunque no sea gran cosa. Mi verdadera arma es el culo, pero quitarme los pantalones era demasiado.

 

Un tiazo moreno con dilataciones pasó y me tocó en el vientre mientras me miraba a los ojos. La verdad es que me gustaba, pero no sabía si era con quien quería follar en aquella primera vez, así que no hice nada. Se puso a mi lado un chico bajito, moreno casi rapado, supercachas, que tampoco llevaba camiseta y dejaba asomar la goma de su suspensorio por fuera de un pantalón corto de chándal gris. Empezó a hacer contacto su brazo con mi brazo y no estaba seguro si quería algo. Me gustaba mucho. Entonces llegó otro chico, pelirrojo y más alto y le comió la boca. Me sentí un idiota porque, o no le gustaba o se me habían adelantado. Entonces pararon de besarse, se acercó a mi oído y dijo: “Somos pareja, ¿vienes?”. Uff. Cruzaron el pasillo y entraron en una cabina; el chico pelirrojo se perdió dentro y el bajito se quedó en el umbral mirándome. Me quedé inmovilizado y no me atreví a unirme porque no tenía mucha experiencia y dudaba si aquella situación era la ideal para mi primer trío. Como no fui, se salieron de la cabina y se perdieron por el pasillo, supongo que buscando a otro tercero más lanzado.

 

Entonces pensé que no me iba a atrever a nada, así que decidí irme. Pero cuando subía las escaleras me crucé con un chico. Primero vi sus zapas rojas, luego sus gemelos, su paquete, su torso y finalmente su cara con la mandíbula bien marcada. No me podía creer que Christian estuviese allí. “¿Ya te vas?”, dijo riéndose y yo seguí subiendo las escaleras. Llegué al bar y me fui lanzado hacia la puerta, pero antes de irme me dije que podría estar perdiendo la oportunidad de mi vida. Volví a bajar y me encontré a Christian rodeado de tres tíos que intentaban mantenerle la mirada y él jugaba a sí pero no. Se sacó la polla delante de todos, que todavía no estaba dura del todo pero era gorda, y empezó a manoseársela. Pero cuando los otros quisieron abalanzarse sobre él, se la metió en el slip y se fue a otro sitio. Me di cuenta de que el slip era el mismo de la foto: ¿llevaba todo el día sudándolo? Debía oler de puta madre.

 

Busqué a Christian por el laberinto durante un rato, pero no le vi, así que pensé se habría metido con algún buenorro en una de esas cabinas de las que salían jadeos. Me fui al baño y mee en un urinario y entonces, mientras me lavaba las manos, salió él de una de las puertas de los váteres. Ya no llevaba pantalones. Me ponía mucho pensar que el tío que acababa de oír mear era él. Le miré de reojo a través del espejo intentando que no se diese cuenta, pero me cazó. Se acercó por detrás, me rodeó la cintura y me dijo mirándome por el espejo: “Tú me sigues en Instagram, ¿no?”. Me morí de la vergüenza. Parecía su puto fan. “¿Cómo lo sabes?”, le pregunté sin entender cómo me podía reconocer. “No tengo tantos seguidores y tú apareces siempre entre los que me ven los Stories”, dijo. Pensé que me estaba vacilando y que no querría nada conmigo, porque si sabía que existía y no me seguía era porque no le debía gustar. Entonces respondió a lo que me estaba preguntando mentalmente: “Solo sigo a tíos de mi ciudad a los que pueda quitarles los pantalones”.

 

“A mí puedes quitármelos, pero antes me tienes que dar esos slips en los que acabas de limpiarte la polla después de mear”, le dije. Me sorprendió a mí mismo ser tan lanzado, pero estaba muy cachondo. Aquello le hizo gracia y con una sonrisa cabrona se bajo el calzoncillo, lo sacó entre las zapas y me lo acercó a la cara. La tenía casi dura y descapullada, moviéndose y apuntando hacia todas partes. Me pidió que abriese la boca. Me metió parte de sus gayumbos y me tapó la nariz con el resto. El olor era supercerdo y se me puso dura de golpe. Me cogió de la mano y me dijo: “No te los saques todavía, pero sígueme”. Cruzamos el pasillo hasta una zona donde se ensanchaba y me lanzó contra una pared. Puso sus manos en mi cadera y me giró para que estuviese de espaldas a él. Entonces noté su polla durísima contra mi culo. Me besó el cuello por un lado mientras me lo agarraba por el otro. El poco aire que me quedaba lo usé para aspirar su calzoncillo que sabía a gloria. Entonces siguió, sin despegar su lengua de mi piel, bajando por los hombros y la espalda. Cuando llegó hasta el pantalón, volvió a subir para decirle al oído: “Ahora te toca”. Me rodeó con sus manos por la cintura hasta llegar al botón de mi pantalón, que desabrochó mientras lamía el lóbulo de mi oreja, y metió su mano en mi boxer. Yo la tenía húmeda, llena de preseminal. Con la otra mano me quitó el calzoncillo de la boca y me pidió que chupase sus dedos mojados en mi líquido.

 

Entonces volvió a bajar para deslizar mi pantalón por mis nalgas hasta abajo, que no me quitó del todo. Eso me ponía mucho porque limitaba mi movilidad y me gustaba sentirme suyo. Pensaba que Christian me la metería enseguida, pero en vez de eso me chupó el gemelo y fue subiendo por la pierna. Cuando llegó al muslo sentí un ligero calambre de placer y solté un gemido. Entonces puso sus dos manos en mi culo y lo abrió. No me lo esperaba, pero cuando metió su lengua dentro decidí disfrutar sin pensar más, solo quería dejarme llevar por él. Nunca me habían comido el culo porque me daba pudor, pero me hizo sentir tan seguro que estaba desinhibido.

 

Cuando separó su lengua de mí y volvió a ponerse de pie, arqueé mi espalda para que supiese que mi culo buscaba su polla. Él la acercó y la frotó entre mis cachetes, sin hacerla entrar porque todavía no tenía el condón puesto. Le noté durísimo, así que quise compensarle por cómo me había hecho gemir y me giré con la intención de hacerle una mamada. Al darme la vuelta, me percaté de algo que no había tenido en cuenta: no estábamos solos. Por supuesto, un tío como Christian hace que los clientes de un sitio como Boyberry se arremolinen en torno a él pajeándose, pero hoy yo había tenido la suerte de que me hiciese caso. Me puse de rodillas y me metí su glande en la boca que había llenado de saliva. Jugué con él con la lengua y luego me la metí entera hasta el fondo; quería demostrarle que el chico de pueblo de Instagram también sabe ser una zorra. Cuando llegó al fondo, soltó un fuerte gemido y empecé a mover la cabeza para mamársela fuerte. Él me sujetó el pelo y empezó a mover la cadera, pero lo quité su mano y le puse lla mía en el culo para pararle. Yo iba a llevar el control en ese momento.

 

Seguí mamando y abrí los ojos y vi que teníamos más espectadores. Me daba mucho morbo, pero me concentré en mirarle a él. Christian me miraba entornando sus ojos, cogió mi cara y me escupió en la boca. Entonces se agachó a besarme con su saliva. Cuando se apartó, me dijo al oído: “Los tienes a todos locos”. “¿Cómo? Si están aquí por verte la polla”, pensé yo. Christian se incorporó y movió su cabeza señalado a los chicos que tenía a su derecha, dos pasos atrás, volvió a acercarse y me dijo: “El pelirrojo y su novio quieren unirse, tú decides”. Le miré a los ojos, miré a la pareja y, sin decir nada, saqué mi lengua invitándoles a acercarse.

 

El cachas bajito fue el primero en metérmela en la boca, mientras su novio besaba a Christian y magreaba su polla. Llevé mi mano hasta la polla de Christian y empecé a pajearle porque quería marcar territorio. Estaba bien que participásemos todos, pero no quería que mi ligue me diese de lado. Entonces cogí los tres rabos e intenté metérmelos en la boca. Obviamente no me cabían a la vez, pero fui mamando de todos mientras pajeba al bajito y a Christian, que eran los que estaban a los lados y ellos tres se besaban por turnos y se pajeaban. El chico pelirrojo me cogió de la mandíbula y me levantó, me dio un beso inesperadamente tierno y luego me lamió la cara como un animal y me dijo que besara a su novio. Nos comimos la boca los cuatro mientras nos tocábamos las pollas. También me gustaba tocarles el culo, el cabello corto del chico bajo o los pectorales pelucos del pelirrojo. De Christian me flipaba notar sus huevos hinchados, que eran casi el doble que los míos. El bajito me susurró que estaba a punto ya y que su novio también: “¿Dónde quieres que nos corramos?”. Le besé mordiéndole el labio y le dije: “En mi pecho”, mientras me ponía de nuevo de rodillas. La pareja se besó y no tardaron ni un minuto en llenarme de leche. Mientras esperaba la cálida y pringosa lluvia de los dos, me rayé un poco: ¿Estaba pasando de Christian después de todo? Pero cuando acabaron los gemidos de placer de los dos, abrí los ojos y Christian estaba sonriendo con cara de morbosete. Cogió su slip blanco y me lo pasó por el pecho limpiándome la lefa, me besó y me dijo: “Quítate el pantalón entero”. Le hice caso. Y me quedé desnudo del todo allí, delante de mucha gente que seguía mirando un poco más atrás.

 

Christian pasó su mano entre mis muslos, la bajó hasta la altura de la rodilla, introduzco su brazo y levantó mi pierna, quedando mi rodilla a la altura de mis hombros y mi culo totalmente abierto y preparado. Pasé mis brazos por encima de sus hombros, le comí la boca y le supliqué que me follase. Entonces me di cuenta de que mientras me lefaban él había pillado un condón y lo tenía en la otra mano. Lo abrió con la boca y se lo puso rápido. Se escupió en la polla y me dio muchísimo morbo, así que abrí la boca y me escupió a mí también. Me cogió con el otro brazo y me levantó en peso. Su cuerpo brillaba del sudor bajo las luces tenues de tonos azulados y rojizos. Entonces noté su pollón tocando mi culo, que ya estaba totalmente dilatado. Siempre me había costado dilatar, pero esa noche estaba más abierto que nunca. Y justo ahí, antes de dejarle que me follase, supe que le gustaba de verdad, que los tíos de alrededor estaban mirando tanto por mí como por él y me sentí al control de la situación. Le miré desafiante y le dije: “Yo también tengo mi regla en insta: si no me siguen, no dejo que me follen”. “Cabrón”, se rió, “te prometo que en cuanto salgamos te doy follow”. “Trato hecho”, contesté malicioso y su rabo me entró enseguida hasta el fondo.

 

Con mi espalda contra la pared y su pelvis como único punto de apoyo, me agarré a sus bíceps para no caerme mientras me embestía una y otra vez. Su lengua se fundía con la mía y sentía que quería tragarme toda su saliva. Mis dedos se clavaban en sus músculos, duros y tensos para no resbalarme por su sudor y mis respiraciones eran tan rápidas que creía que me iba a desmayar. Noté que él cada vez iba más rápido y gritaba cada vez que me atravesaba. “Dámelo”, le supliqué como un niño pequeño suplica un caramelo, mientras apretaba los músculos de mi culo para presionar su rabo con fuerza. Christian me lamió el pezón izquierdo, apretó sus dedos contra mi culo y me la clavó dos últimas veces. Noté como su polla bombeaba dentro de mí y luego explotaba en lefazo que quedó en el condón. Me dio un beso en la nariz, sonrió y me dijo que iba a buscar su ropa, desapareciendo con su culete con la marca blanca del speedo. Yo me sentí avergonzado al ser consciente de cuánta gente nos había visto follar, pero me gustó saber que habían disfrutado viéndonos. “Ella, superstar”, me dije absurdamente mientras me ponía el pantalón y buscaba mi camiseta, que había desaparecido. Al subir al bar, Christian había cogido sus cosas del ropero y se estaba poniendo un shorts negro sin ropa interior y una camiseta de tirantes. “Venga, te acompaño a tu casa”, me dijo.

 

Salimos de Boyberry y yo no llevaba camiseta, así que cerré mis brazos sobre mi pecho. “No te tapes, hace muy buena noche. Espera, déjame que te haga una foto, que la luz amarilla de Madrid me encanta”. Me daba corte posar en mitad de la calle, pero recién follado estaba tan liberado que hice el tonto para él. Recorrimos los pocos metros que había hasta la puerta de mi hotel, me despidió con un muerdo que me la puso dura de nuevo y me la tocó: “Uy, mejor paramos que ya es tarde”, dijo riéndose. Yo todavía notaba mi culo abierto y le habría dejado follarme por segunda vez allí mismo, pero dijo que tenía que irse y entré al portal. Me recoloqué la polla en el pantalón, y palpé mis bolsillos para comprobar que no había perdido el móvil ni la cartera: lo tenía todo, pero noté algo en mi bolsillo trasero. Eran sus slips blancos con la lefa de los chicos y la meada de él ya secas. Me saqué la polla allí mismo y me hice una paja oliendo los slips de Christian, corriéndome en el suelo. Cuando terminé, miré el móvil y tenía dos notificaciones. “Christian te ha seguido”. Después, un mensaje privado: “Sé que gozarás oliéndolos, guarrete”

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