Llevamos cuatro años, sí, cuatro años. Albert y yo llevamos cuatro años. Parece que fue ayer. Nuestra relación comenzó cuando tan solo éramos dos niños, vivíamos en un pueblo a las afueras de Madrid, Aranjuez. Todo el mundo dice que es bonito, pero la verdad es que cuando vives allí te das cuenta de que es un muermo en toda regla. Los edificios históricos son la única cosa que merece la pena, porque aunque el pueblo vaya de progre la gente sigue mirándote un poco extraño cuando sueltas un poco de pluma. Mis primeras experiencias fueron en los jardines de Isabel II mientras se la comía a algún compañero en medio de una visita al Palacio Real. Mi infancia no fue diferente a la de un niño común, siempre tuve una mente diferente, ya sabes, cosas artísticas, ideas avanzadas a mi época, pensamientos que mi madre siempre reprimía con sus famosas frases de: – ¡En casa no hay ningún maricón y quien lo sea se puede ir a la calle!, y así pasaban los días. Lo de Albert siempre fue diferente, él era el machito de barrio. Todas las chicas querían enrollárselo, era rubio, ojos azules y una chulería que no le cabía en medio de las piernas, o sí, luego pude descubrir que sí, os lo aseguro. Yo en cambio no tenía ni idea de lo que era la estética, tenia un cuerpo fibrado, nada exagerado, una tez morena, una silueta con un toque femenino. Nunca me he considerado feo, pero tampoco es que al mirarme al espejo me sintiera un Brad Pitt. éramos vecinos, y no solo eso, también éramos amigos. Recuerdo cómo nos tocábamos pajas en mi cuarto cuando mis padres salían a trabajar. Nunca miré esto como algo entre “maricones”, cada uno se tocaba la paja mientras veíamos una película porno heterosexual. Yo nunca me plantee comerle el rabo, hasta mucho después. Mujeres y mas mujeres, todos los fines de semana me tocaba en la puerta a las cuatro de la mañana para decirme que se había follado a la vecina del edificio de al lado, la que tenía novio. Así llego bachillerato, el instituto no nos separó, y aunque no estábamos en la misma clase, durante todos los recreos fuimos inseparables. Ahí fue donde una tarde nos quedamos solos en el aula de informática. – Que cachondo estoy, esta tarde me follo a Laura. – ¿Qué dices tío? a esa tía se la ha follado todo el pueblo; ¿No te da asco? le respondí – Pues la verdad es que no… a ver si por gilipollas vas a tener que chupármela tú. Con mirada seductora y mientras se mordía el labio se bajo los pantalones y la acerco a mi cara. Lo siguiente que recuerdo es que se la chupé y mucho, pero no solo fue ese día, nos pasamos todo el verano follando en todas partes y si algo recuerdo fue cuando me quitó la virginidad en los baños de la segunda planta, al lado del aula de plástica. Los gemidos hicieron que la profesora de música casi nos descubriera, meses mas tarde nos confesó que sabía de nuestro romance, que no fue la única vez nos vio darnos un beso. El instituto acabó con una relación a escondida, pues ni sus padres creyentes católicos ni los míos gente de campo hubieran tolerado que dos chicos fueran la comidilla del pueblo, el tenía que formar una familia y yo debía de ocuparme del rancho de caballos de competición que adiestraba mi familia, famosos en Aranjuez. El verano de no recuerdo que año llegó, allá por dos mil diecisiete una tarde Albert se presentó en casa y me dijo que se iba a vivir a Madrid, que se iba a presentar a las oposiciones de bombero. En un primer momento no me lo tomé nada bien, pero luego he de reconocer que tan solo el hecho de imaginármelo vestido de bombero me subía la temperatura. Hicimos la maleta y nos mudamos. Mis padres nunca entendieron la razón, pero yo me agarré a que una de las mejores universidades para estudiar arquitectura era la Universidad Politécnica de Madrid. El tiempo ha pasado, llevamos en la ciudad dos años y parece que todo ha muerto. Albert trabaja todo el día y yo no paro de estudiar, tengo las hormonas revolucionadas y cuando llega a casa está tan cansado que no le apetece absolutamente nada. Nuestros problemas de pareja se han vuelto parte del día a día y cuando tenemos sexo es tan monótono que ya resulta aburrido, pues las obligaciones no nos permiten tener ni siquiera un rato de intimidad. Hemos perdido la conexión y yo he empezado a tener deseos sexuales por otras personas. Hoy me he abierto Grindr, no tengo ni idea de cómo se usa la aplicación pero hay un chico que me sale a cien metros que no tiene foto de perfil. Me envió un tap ayer, pero estando en casa con Albert no era plan de ponerme a usar el teléfono, no vaya a ser que se dé cuenta. La charla continuó durante semanas, por las tardes cuando me quedaba solo sacaba el móvil para hablar con aquel desconocido. Lo curioso es que se distanciaba unos kilómetros y eso me permitía sentirme tranquilo, Albert estaba trabajando, y este chaval no cerca de mí. Eso ayudaba a no sentirme atraído por la manzana del árbol del pecado. La conversación se convirtió en algo cotidiano y durante semanas no paramos de escribirnos, Albert está tan raro que lleva días durmiendo en el sofá. Discutimos mucho y esto parece que no tiene solución, yo no paro de llorar por las noches, pero la almohada me protege, no quiero que se escuche nada. Hoy el sonido del Grindr me ha despertado, lleva toda la mañana sonando y olvidé poner el móvil en silencio, menos mal que estoy solo, Albert se ha ido a trabajar desde muy temprano. Miro el reloj y me doy cuenta de que ya es media tarde, me he quedado dormido y no he ido a la universidad. Los mensajes del vecino son repetitivos, hoy esta un poco intenso y yo me he levantado algo cachondo. Los calzoncillos Calvin Klein me marcan el paquete y la punta del grande me sale por un lateral, las sábanas están manchadas de líquido preseminal. La conversación con el vecino se torna picante, pues le encanta dominar y a mí me gusta que me sodomicen, aunque nunca lo han hecho. – ¿Tienes sitio? le pregunto, jamás se me ocurría ponerle los cuernos a Albert en nuestra cama. Dos segundos más tarde me responde que sí, es extraño, normalmente suele salir a cien metros y hoy está a quinientos. – ¿Te gusta que te violen?. Nunca me había planteado la situación, pero he de reconocer que tras leerlo me pongo muy cerdo. – Soy discreto y un click de una flecha me marca su ubicación. Salto de la cama y me pongo los pantalones, jamás he estado tan cachondo en mi vida, juraría que esto solo me pasaba con Albert en los baños del instituto. Pincho con el dedo y la ubicación a quinientos metros me deriva a un local cercano, Boyberry. Jamás he estado en ese local, pero la idea de sexo en un lugar algo público me atrae. Bajo las escaleras dirección al lugar cuando recibo otro mensaje. – Espero que no te importe pero llevo pasamontañas porque soy muy discreto. La idea de imaginarlo hizo que me subiera por las paredes. Al llegar al local me encuentro con la puerta de color verde, un cartel en la entrada con un famoso actor porno madrileño me recibe. Atravieso la puerta y vuelvo a recibir otro mensaje. – Estoy en las cabinas del fondo, entra rápido y deja la chaqueta quiero reventarte el culo. Pago una cerveza y miro al camarero con un poco de timidez. Disimulo y camino lentamente hacia el fondo de la sala, giro una pasarela de metal y bajo las escaleras, la luz tenue no me permite ver del todo. Una pantalla en lo alto emite una película que no consigo ver, tan solo oigo gemidos. Un nuevo mensaje. – Entra en la cabina y chúpamela en medio del agujero. Entro a la cabina y allí está, me agacho y comienzo a chupársela. La tiene bastante gorda como la de Albert y él solo recuerdo de eso hace que me ponga aún mucho más. Los gemidos comienzan a escucharse y me levanto y giro la cintura pegando el borde de las nalgas al agujero de la cabina. Unas manos me agarran por la cintura y de repente siento como me muerden el trasero. Una boca húmeda se mete en medio de mi nalga interglútea, la lengua empieza a tocarme el agujero. – ¡Estoy descontrolado! solo había sentido este placer con mi pareja. La mente me lo trae al recuerdo durante un segundo pero borro el pensamiento, estoy tan cachondo que solo quiero que me penetren. Acto seguido se levanta y siento como coloca y empuja. El culito se abre y siento un poco de dolor, pero con Albert también me pasa. Los golpes contra las nalgas empiezan a subirme la libido, pero la pared que tenemos en medio no permite que me entre entera. Empiezo a sentirme sucio y me gusta, empiezo a sentirme usado y me gusta, empiezo a sentirme una zorra, y esto me encanta. De repente para de follarme, la puerta de al lado se abre, suena un ruido y se cuela en el lateral de mi cabina. No consigo verle la cara, el pasa montaña y la poca luz lo impiden. De repente veo que me mira y se queda unos segundos quieto, acto seguido le pregunto. – ¿Qué pasa?. Sus manos me abrazan, me giran y me ponen contra la pared, siento tanto placer que no puedo ni siquiera moverme, siento como si ocupara todo el espacio, tiene un pene bastante grande y los chillidos hacen pensar que me estoy volviendo loco de placer, tengo el agujero como la boca de metro. Me folla fuerte, se aparta, escupe mi culo y vuelve a follármelo. Me agarra el cuerpo y desliza sus manos por mi cadera haciéndome sentir que soy una “puta zorra”. Nunca antes había sentido esto. Se aparta, mete la mano en su bolsillo saca un estrangulador y se lo pone en los testículos mientras me agarra el pelo y me obliga a que le coma la polla de rodillas. Se sienta en el suelo y me pone a cabalgar, nunca me había sentido tan salvaje. Sujetando mi cintura siento como entra, llega a lo más profundo. No ha dicho ni una palabra en todo momento, pero se levanta me pone contra la pared me da un par de nalgadas fuertes y en medio de mis gemidos vuelve a metérmela. Los orgasmos llegan y siento como vacía sus huevos en mi parte íntima. El chorreo calentito me obliga a tocarme para terminar y nos corremos al mismo tiempo mientras lo oigo gemir en mi oreja, me la está mordiendo mientras me tapa la boca con la otra mano y termina dentro de mí. Nos separamos unos segundos, se hace el silencio… De repente rompo a llorar; -¿Cómo he podido hacer esto? me he dejado llevar por un calentón. Nunca había sentido tantas ganas de salir corriendo y abrazar a Albert, los recuerdos me vuelven a la cabeza en forma de flashes. El mundo se me viene encima y con las manos trato de salir de la cabina, acabo de meter la pata. – Tengo que irme, perdóname, le digo entre sollozos. Me giro para abrir la puerta de la cabina cuando una mano me impide salir. Los brazos me rodean el cuerpo y me susurran: – Te quiero. – ¿Cómo, respondo? Vuelto a escuchar lo mismo pero esta vez un poco más claro – Te quiero Javi. No reconozco la voz bajo el pasamontañas hasta que me acerco y lo quito con mis manos. Una mirada y una sonrisa aparecen debajo y me llegan al corazón. – ¿Albert?, no puede ser. – No hables me contesta, te quiero más que a nada… Han pasado meses, y aquí seguimos. Supongo que todas las relaciones de pareja tienen sus altibajos, el secreto está en adaptarse, un mundo como el nuestro lleno de infidelidades y prejuicio no promete ser una relación perfecta, y aunque la gente no apuesta por querer a alguien nosotros aprendimos de esto. La experiencia nos enseñó que las relaciones son algo más que amarse y que requieren un compromiso y una constancia, a veces hay que apostar y yo lo he hecho. Me he desinstalado Grindr, y cuando sale a trabajar siempre bromeamos con lo de “Vecino”. A veces seguimos haciendo fantasías, un día es bombero, otro policía, otro médico, otro vuelve a ser el vecino, pero donde mejor nos lo pasamos es cada vez que nos vamos a cumplirlas a Boyberry.