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Mi Foucault del Boyberry

Cuando la calentura se apodera de uno es como el demonio mismo, ni seis exorcistas juntos la pueden sacar. Desde chico me obsesionaba meterme cosas a la boca y chuparlas hasta no sentir mi lengua, preferentemente partes del cuerpo, mi madre no me decía nada cuando me metía los dedos de sus manos y sus pies, mientras veía su programa de tv. A mi padre no asentía prestarme sus dedos, ni su nariz o sus codos; no permanecía mucho tiempo en casa, entre los cursos de filosofía que dictaba en la universidad, el bar y sus alumnos adictivos. Una vez me encontró viendo porno de incesto en su ordenador, el padre calvo mamándosela a su hijo, mientras se la metía a la hija, se ruborizó un poco y descubrió mi marcado complejo de Sófocles, entre el Edipo y el Electra, su calva me la ha puesto dura siempre, como una roca perfilada.

 

Soy un tipo que se inventa obsesiones, cuando mi padre murió lo soñaba en escenas cruising conmigo o sus alumnos, se acentuaban rumores de que era un reverendo orgíaco bisexual, de todas formas, me adueñé de su biblioteca y comencé con filósofos masomenos contemporáneos, me gustaban los que tenían serios defectos físicos, espirituales no, porque todos los intelectuales están podridos del alma. La filosofía más pervertida es la alemana: Nietzsche que inspiró al maldito Hitler, que organizaba tremendas orgías con las más altas élites de la Gestapo, un sadomasoquista de aquellos, las metrallas deberían estar lijadas y pulcras siempre, para que puedan introducirse muy quedas en su ano balbuceante. Hegel y Heidegger son otras sabandijas pervertidas, y Marx ni que hablar, se masturbaba noche a noche imaginando como roía in lingüis los testículos enormes del cucufato de Engels, eso de que se ligó a su hija fue por mero despecho.

 

De los franceses me quemó el bizco y horripilante Sartre, de él me brotaron las ganas de ligarme solo a feos, no podía pasar una noche sin que me monte un bizco, un jorobado, un adefesio. Lástima que al Boyberry no concurrían muchos de estos.

 

Hasta que hallé a mi Michel Foucault y su libro “Historia de la sexualidad”, y con él los deseos de la infancia, las ganas a mi padre, lo más exquisito es que era calvo. Mi príncipe calvo, con sus gafas, sus cejas raleadas como las nubes dispersas de un cielo abierto de verano. Un tórax ancho, una mirada de relámpago zigzagueante entre los sotos de Sevilla. Atrapado en el cautiverio de la idea de tenerlo, de ahora hallar su semblante en un chico malo del Berry.

 

Por largas noches lo esperé, soy un idealista o la filosofía me había puesto así, todos los mondos que encontré no tenían ni pizca de interesante, de profundidad, sería que ahora no solo me bastaba el porte, sino también su ánima, es que Foucault, te descontextualiza, te abre los pórticos, por eso mismo quería que esta noche me abriera, me sometiera, sería suyo una y otra vez hasta volvernos uno con el alba, hasta ser el mismo grito incipiente y primitivo del orgasmo, el mismo ser pervertido y puro.

 

De tanto invocarlo, se abrieron los goznes del infierno y apareció tímido con un libro de Ortega entre las manos, estudiaba filosofía, fui preciso y contundente, pero no arrojado, su timidez me hacía tambalear, me dijo que estaba en el Boyberry por experimentar, pero no quería ligar; era virgen.

 

Fuimos saliendo , tramándonos poco a poco, y después de ir a la ópera me besó , me llevó a una callejuela , me arrimó a la sucia pared y empezó a lamerme el rostro, la frente, las orejas, el cuello, me deshice de la camiseta, para que pueda seguir la ruta , su lengua en mi pecho , sus dientes en mis tetillas ¡oh qué delicia! me arranca los pelos del bajo vientre, me quita el cinturón y lentamente cae mi pantalón y bóxer como la lluvia incipiente que inicia a bosquejar el cielo de esta ciudad que arde, que se destruye y no me importa, porque su lengua es todas las ciudades juntas y su lengua puede fundar Arcadia nuevamente , su lengua conoce mi glande, su lengua hace brillar mis testículos como astros que se desprenden de su ruta cósmica y se desintegran en este roce de oxígeno supremo, me voltea y me besa la espalda, ya siento su miembro, entre mis piernas, su miembro de torre, su miembro que me expande como si yo fuera el día de cristal que tiene que encender, su miembro cae, cae, cae, y se va polvorizando, está en mí, puedo vibrar con su sangre, soy el mar, que mueve su balsa, lo arremete, lo sacude, lo hace caer y lo rescata, para volverlo a succionar y así el juego del placer acontece como un erupción silenciosa al fondo del mar, con gente que nos mira, no quiere que desperdicie su lava y urjo a desprenderme, acudo al llamado de su vórtice y dejo que caiga el magma lentamente, abro mi boca mientras miro sus ojos atormentados y convencidos de que el amor está en esto, en la insurgencia del goce, en el reverso y anverso de su pene y mi boca recibiendo su chorro divino.

 

No hemos parado de hacerlo en las callejas, como reos de la noche, ahora poseídos ambos, mi Foucault del Boyberry, sigue con su timidez que me descose, con sus recovecos ideales atestados de más filósofos, sin duda el mío sigue siendo el apuesto francés: “Le fou est désormais tout à fait libre.”

 

Mi príncipe calvo ideal nunca ha de dejarme, Jorge se irá o se quedará es irremediable como los sucesos insignificantes que van reconstruyendo amalgames que afectarán nuestro porvenir, ahora se ha vuelto activista como Daniel Defert, pareja de Foucault durante veinte años, no pido mucho, total; ahora leo a Freud, tremendo lío: es un sádico y la noche se aproxima

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