Abrí los ojos sobresaltado, observé por un segundo el blanco del techo, moví el brazo en búsqueda de mi móvil y noté su cuerpo.
¿Dónde estaba?
Me incorporé, miré al lado, y lo vi, estaba desnudo, como yo. No puedo entender nada. Me levanté con sigilo, pisando las prendas tiradas al pie de la cama, me vestí de forma apresurada y busqué la puerta.
Cuando conseguí salir por el portal del edificio di una gran bocanada de aire, parecía que no había respirado desde que desperté. Noté como un puñal ardiendo se clavaba en mi sien. Recuerda, me dije. Había salido con aquellos chicos, me habían advertido a donde iban, pero me podían las ganas de salir. Era una noche de verano única, de esas que parece que los astros se han alineado y da igual el qué, el cómo, o el dónde, lo importante es el ahora… maldito iluso.
Me vino a la mente cómo entramos en aquel local y encontrarnos con un grupo de unas cinco personas. Comenzamos a beber como si fuese el último día antes de una batalla. Recuerdo las risas, el baile, el calor sofocante. Salir de forma atropellada a la calla a plena carcajada. A partir de ahí, flashes, algo me roza el culo con sorpresa, una mano entrelazada a la mía y su tacto áspero. Siento el ardor en mi cara, en mis labios. Recuerdo su barba, ¡tenía barba!, y se acercaba para besarme. Me toco y noto el escozor, y me llega un olor de mis dedos… no sé qué es, pero no puedo parar de olerlo.
Me sacudo, he de moverme, ¿qué hora es? Las 12:00, en casa no se come hasta las 15:00 los domingos. Llamo y me invento una excusa, mi estado es lamentable y quiero recomponerme antes de llegar a casa.
Miro mi móvil, según el mapa me encuentro en villatomarporelojal, tras ver cómo podía llegar al centro, comienzo a caminar. El sol era abrasador, mi cabeza me mataba, me notaba intranquilo; cuando me senté en el cercanías, prácticamente vacío, me puse los cascos, le di al play y comencé a llorar; no sabía muy bien por qué, pero no me gustaba aquella sensación. Era como si supiese que aquella noche algo había ocurrido, pero cuando intentaba recordar, negro sobre negro.
Me bajé del tren y comencé a recorrer las calles evitando dos cosas, el sol y la gente. Paré en una tienda, me compré unas gafas de sol y una camiseta. Camino a aquella cafetería, dónde sabía que me encontraría a resguardo por lo menos durante un par de horas, me podría refrescar y tomar algo. Le dije al camarero que me sirviese una coca cola en cualquier mesa de la terraza que tuviese sombra, me fui al baño, me aseé como pude y me senté en a la mesa.
Revisé los últimos mensajes y fotografías de mi móvil. El último mensaje descifrable iba dirigido a mi mejor amiga: “me estoy metiendo en la boca del lobo”. Revisé mis pagos, tres consumiciones en el local al que recordaba ir. Luego un pago para entrar en un local, busqué el nombre de la sala en internet, no recordaba para nada estar allí, pero un rayo cruzó mi mente, una instantánea, saltando, sudor, calor, y hombres, muchos, y yo en medio.
No tenía el número de aquellos tíos, nos habíamos conocido aquella tarde y había sido decisión tras decisión, todas precipitadas, pensaba ahora. Hundí el rostro en el móvil, hurgando sin parar, buscando más información. Desistí a los minutos, y me percaté de que el ibuprofeno surtía su efecto. Traté de serenarme: – va a ser una noche más en mi vida, ya está. Me despejo y me voy a casa. – pensé.
Estaba a punto de levantarme, cuando noto una mano sobre mi hombro. Cuando veo las dos caras que me sonríen, no entiendo nada, no les conozco. Me preguntan si pueden sentarse de forma amable y cercana, acepto.
Carlos y Daniel, así se llaman, me cuentan que aparecí la noche anterior a su lado en el centro de la pista de aquel local, acompañado de otros cinco chicos. Ellos percibieron que no solo una gran cantidad de alcohol corría por mis venas. Me niego a creerlo, pues no tengo buena perspectiva de las drogas. Dicen que estaba desenfrenado, bailando sin parar con todo el mundo, rozándome con lo más deseado del local. Narran como los cuerpos se fundían al ritmo de la música, cómo las manos buscaban ansiosas formas redondeadas a las que agarrarse. Comentan como se encapricharon de mi pasión, pero solo pudieron presentarse, pues no atendía a conversaciones de más de tres palabras, solo tenía ojos para un hombre, pero algo raro pasaba, pues un par de veces se acercó a bailar conmigo. Sonríen, dicen que la segunda vez que se acercó, nos agarramos de la cintura y entrelazamos las piernas, bailando de forma traviesa, rozándonos todas las partes posibles del cuerpo, el chico intento besarme por un par de veces, sin conseguirlo, me mostraba arisco ante aquel gesto. ¡Normal! Pienso para mis adentros, yo nunca me he, o mejor dicho, había besado con un hombre, todavía noto los labios sensibles.
Daniel es rubio, alto, y su camiseta, de un blanco impoluto, marcaba un torso fibrado bajo ella. Carlos por la contra, es moreno, parece más mayor y un par de centímetros más bajo que Daniel, pero con un cuerpo musculoso, no podía dejar de fijarme en cómo la camiseta ceñía los músculos de su cuello.
Se hacen una señal y me dicen que me levante, Carlos acude al camarero y le paga la consumición. Me dicen que nos vamos a su casa a comer y a que descanse un rato. Estoy tan confundido, el plan es redondo, no quiero volver a casa y rallarme toda la tarde por la noche anterior.
Mientras caminamos, les cuento mi versión de los hechos, me regañan por confiar en extraños, tienen razón, pero ellos también lo son. Comenzamos una acalorada discusión sobre mis tendencias sexuales. Prefiero no pensarlo, intento creerme, no quiero pensarlo, que la vida me sorprenda.
Llegamos a la puerta de su casa, tras subir las escaleras, mientras Carlos abre la puerta, Daniel se aproxima por mi espalda, rebasando mi espacio personal, son décimas de segundo, pero noto como su paquete roza mi culo. Me giro, y me devuelve una sonrisa traviesa, prefiero no darle importancia.
Mientras preparan la comida les pongo música, ya que no quieren que les ayude con nada. Se desenvuelven muy bien, se nota que se conocen desde hace tiempo, parecen sincronizados. Cuando se miran, se nota una inmensa atracción, como si se cruzasen un puma y una pantera.
Comemos y me doy una ducha. Cuando me meto debajo del agua noto un tremendo cansancio, como una losa sobre mis hombros. Sim embargo, me toco la polla y la noto morcillona. Le pego un par de meneos y parece que se anima. Estoy demasiado cansado, me seco, me visto y salgo.
Me están esperando en el sofá, los dos descalzos y con ropa cómoda, acurrucados en el sofá. No entiendo qué me pasa, pero mi polla palpita. Me sonrojo sin que se den cuenta aparentemente. Me siento en el otro sofá y ponen la película, Maléfica. Me duermo al minuto.
Cuando me despierto de nuevo, me siento más tranquilo, la luz que entraba por la ventada del salón era más tenue, el sol caía tras los edificios. Carlos y Daniel seguían en el sofá, no se percataron de que había abierto los ojos. Están tumbados, Daniel se encuentra medio girado sobre Carlos, besándolo, mueve la mano sobre su entrepierna, lo cual atrae mi atención. Entonces diviso como por la pernera del pantaloncito bóxer de tela que lleva puesto, asoma su rígida y gruesa polla, mientras Daniel da toquecillos intermitentes con sus dedos en su enorme capullo rosado. No puedo parar de mirar. Observo que Daniel también esta excitado, su pantalón contiene el fuego que debe de estar restallando dentro de él, lleva un pantalón de deporte gris, no deja lugar a la imaginación, se aprecia su enorme e hinchado paquete, aprisionado. Carlos recorre el brazo libre de Daniel, parándose en la mano que tiene apoyada en el muslo, entonces, con tranquilidad, busca la goma del pantalón, y cuela su mano ansiosa de agarrar aquel tremendo pollón.
No había reparado en que yo también estaba excitado, Carlos comienza a masturbar a Daniel, y mi polla da un respingo pidiendo guerra a gritos, me sobresalto y giran sus cabezas, con total naturalidad, manteniendo la misma expresión de deseo. Me incorporo buscando algo en que fijar mi atención, me siento avergonzado, incómodo, ¿qué me está pasando?, encuentro la tele y no aparto la mirada. Me proponen que me una a ellos.
– No seas tonto – dice Carlos incorporándose. – Eres joven, disfruta de tu cuerpo -.
En ese momento, empalmado, con dos tíos que no conozco delante, me vienen las lágrimas a los ojos. En mi cabeza dos fogonazos “hazlo” y “vete”. Balbuceo algo, pero se percatan de mi nerviosismo y se separan. Comenzamos de nuevo la charla sobre mí sexualidad. Me sincero, les digo que me atraen pero que no soy capaz, algo me frena. Recojo mis cosas, quieren acompañarme al metro, pero prefiero irme solo. Se despiden de forma cariñosa pero distante. Antes de salir nos intercambiamos los teléfonos, son majos, y les doy las gracias por lo bien que me han tratado.
Salgo a la calle, todavía hace un calor sofocante, voy arrastrando los pies, no quiero volver a casa, pero no tengo otro sitio al que ir.
De camino al metro, decido dar un rodeo y adentrarme por la calle de compras abarrotada todavía de gente. Me voy parando en los escaparates sin mostrar mucha atención, solo por hacer tiempo, con la cabeza como una pajarería. Recuerdo el olor de mis dedos, los huelo, pero cualquier rastro se había evaporado tras la ducha. Paso por delante de un portal, por el rabillo del ojo me doy cuenta de que hay alguien apoyado, tres pasos más adelante algo hace que me gire de nuevo.
Allí estaba, observándome mientras se llevaba el cigarro a la boca, de forma chulesca. Algo me dice que es él, me lo confirma la sonrisa que me dedica cuando nuestras miradas se encuentran. Me quedo helado. Él tira su cigarro con desenvoltura, se acerca manteniéndome la mirada.
– ¿Vas a escapar? – pregunta con sorna.
Le hago un gesto con la cabeza negándolo. ¿Qué me pasa hoy? Parezco un crio. Él se hace cargo de la situación y me invita a dar un paseo.
Mientras caminamos me sincero, le comento lo que recuerdo de la noche.
– Encantado, soy Gorka – me dice con una sonrisa burlona en la cara. Le tiendo la mano, y el apresuradamente me agarra la cara con una mano y me planta un pico. – Hoy te lo robo -.
Me explica cómo me vio en aquel local, desenfrenado, cómo habían comentado Daniel y Carlos. Como, en el medio de la pista, recorrí su cuerpo con mis manos nervioso, pero a la vez evitando que me besase, y como introduje ávidamente mis dedos en su culo tan pronto como me agarró la polla. ¡Eso era!, pensé. Yo no podía creer que hubiese hecho aquello. Se dio cuenta, y me dijo que a la salida del local, nos quedamos solos sentados en la acera, los tíos que me acompañaban habían desaparecido. Y yo en un arranque de verborrea le había contado mi vida, por lo que era consciente de que no se había acostado nunca con un hombre. Me invitó a dormir a su casa, y yo accedí sin muchos preámbulos. Nos desnudamos, nos metimos en cama, y me dormí, asegura, antes de que él pudiese proponer cualquier otra cosa y sin haberle dado un mísero beso. Cuando se despertó, yo ya no estaba.
Le pido disculpas sonrojado, me dice que no pasa nada, que las noches de verano son así. Lo miro, y me sorprendo pensando que es muy guapo. Es prácticamente de mi misma estatura, tiene la piel bronceada, moreno con un corte de pelo desenfadado, y ¡su barba!. En conjunto tiene ese aspecto surfero, como de que nada le preocupa demasiado. La camiseta se le ajusta a la perfección al cuerpo, se nota que se cuida y mucho.
A medida que avanzamos sin un objetivo marcado, la conversación se vuelve cómoda, hablando de cómo es nuestro día a día. En un arrebato de confianza, me confiesa que la noche anterior lo tenía cautivado, y que como no sabía nada de mí, esa tarde se aventuró a darse una vuelta por el centro, con la vaga ilusión de tropezarse conmigo. Continuamos caminando, en silencio por una calle menos transitada, se para, me dice que me acerque con el móvil en la mano como si me fuese a enseñar alguna cosa. Agarra de nuevo mi cara y me planta un beso. Me separo, lo miro a los ojos, ¿qué me pasa? vuelvo a pensar, pero esta vez me lanzo, lo agarro por la cintura, lo empujo contra la pared más cercana y lo beso. No sé cuánto tiempo pasa, pero el fuego crece en mi interior. Soy consciente de que de vez en cuando pasan personas por nuestro lado, pero el mundo me parece borroso a la vez.
Estoy ardiendo, me roza la polla con su cadera con disimulo, entonces es cuando noto su enorme bulto, el cual busco a tientas, nervioso, patoso. Meto la mano por dentro de su pantalón, y noto lo húmedo que esta. Él me coge la mano, llena de pequeñas y brillantes hebras del líquido que derrama su polla y se la mete en la boca. Es entonces cuando me doy cuenta de que dos señoras están hablando nuestro lado, sin reparo, sobre nuestra conducta poco decorosa.
Gorka se gira, con la intención de decirles algo, pero tiro de su brazo. Me agarra por el hombro con camaradería y me dice: – ven -.
Tira de la puerta, el interior está en penumbra, dejamos atrás, el letrero verde luminoso de la entrada. Me cuesta subir los peldaños, ¿dónde me estoy metiendo, no he tenido suficiente?, pero tira de mí con avidez, y estoy tan caliente, que dejo atrás mis reparos.
El Boyberry, que así se llama el local, parece un bar normal, pero algo me dice que no todo es lo que parece. Los jóvenes camareros nos saludan tras la barra con una enorme sonrisa, están jugando entre ellos y con tres clientes que se prestan a ello. Gorka, decidido, pide dos chupitos, brindamos y nos los tragamos, no sin antes apoyar, porque ya se sabe, quien no apoya… todavía me está quemando el líquido la garganta, cuando agarra mi mano, y me conduce a través de una puerta a una estancia todavía más oscura. Un desconocido me intenta sujetar, pero Gorka sigue tirando de mí. El pulso me va a mil, tengo miedo de lo desconocido, pero la emoción y el calentón me pueden. Tiene la situación tan dominada, que a su lado me siento seguro, como un niño pequeño haciendo travesuras.
Bajamos las escaleras, antes de pisar el último escalón, me acorrala contra un hueco que hay en la pared, me besa con pasión mientras busca mi rabo, el cual parece esperar su mano como un perro a su dueño. Entonces se agacha, me baja el pantalón y sé la mete en la boca. Me estremezco, un escalofrío recorre mi espalda. Empieza a jugar con ella, y yo comienzo a emitir sonidos de placer, mientras mis manos juegan entre su pelo. De repente, algo me sorprende, una sensación nueva, me esta haciendo cosquillas en mis huevos con su barba de forma intencionada, nunca habría pensado que sería un hombre el que me provocaría tanto placer y pasión. De pronto, noto la presencia de un desconocido a mis espaldas, lo que hace que me suba los pantalones de forma rápida y nerviosa.
Gorka se ríe mientras sigue tirando de mí, yo continuo sin entender porque le hace tanta gracia. Entonces, abre la puerta de una de las cabinas vacías , mientras la sujeta, me invita a entrar con un gesto de cabeza y, me dice que ese es el día que cambiará el resto de mi vida.