La puerta y tú, dentro de casa, durmiendo ya, imagino. Yo, al otro lado; la anilla del llavero en el pulgar y las llaves dentro del puño cerrado para no hacer ruido. Pero no abro. Todavía no. Meto la mano libre, la exploradora, por dentro del pantalón, por detrás, y bajo un poco hasta notar la humedad. Deslizo un par de dedos y me los llevo a la nariz, mojados. El olor del semen es inconfundible. Y a la boca. Saboreo lo que queda de la noche en mi culo. Y me declaro inocente, porque esto no estaba planeado.
Siempre giro en esa esquina, con calle Valverde y, sea la hora que sea, miro por el cristal de soslayo, como por accidente, solo unos segundos y sigo caminando, igual que el niño que se sabe culpable por desear lo que es pecado. Es inconsciente, pero es curioso llevar aquí tanto tiempo y no haber entrado. Hasta hoy. Hoy, que me has enviado un whatsapp diciendo que tenías una reunión y que se había alargado; hoy, que me cruzo en la calle contigo y no estás en el trabajo; hoy, que mientras yo vuelvo a casa cansado, tú vas con un tío al lado, sonriendo con la cara de gilipollas de cuando estás excitado. Y por eso tú no me has visto con la cara de gilipollas de cuando creo que me estás engañando.
Mantengo la distancia, pero os sigo porque no puedo evitarlo. Y llegamos. Entráis en el Boyberry. Yo me quedo esperando. Pienso que exagero, que será un amigo, un colega, que solo vais a tomar algo. Y pasa el rato y pasa la gente en Desengaño. Y nada pasa, así que entro, completamente acojonado.
Te busco y no estás. Me acerco a la barra y pido algo. Bebo rápido mientras me pregunto si habéis salido y no me he dado ni cuenta, o si, por el contrario, estáis… Así que bajo. En el sótano la luz disfraza los cuerpos y el espacio, y yo, despacio, voy buscando entre los tíos que miran, los tíos que tocan y los que imaginan.
Te distingo al fondo de un pasillo, de pie, apoyado en la pared, y a él arrodillado. Me escondo como puedo y me quedo mirando la silueta de tu cuerpo con los pantalones por los tobillos y empalmado. El ángulo adecuado. ¡Qué hijo de puta!
Él chupa y te gusta; se esmera, disfrutas. Aunque duela, confieso que hacía tiempo que no te la veía tan dura. Te lame los huevos despacio y tú echas hacia atrás la cabeza con los ojos cerrados, concentrado en el placer de su lengua tibia jugueteando. Sube, te besa, bajas y le chupas la polla. Es ancha y te cuesta, pero sigues intentando hacerlo bien, como el mejor, como yo te he enseñado. Al rato te levantas y me escondo en la cabina. Cierro por si acaso, y oigo ruido en la de al lado. Espero un poco y espío por el agujero. Sois vosotros, comiéndoos la boca y yo, callado. Quiero llorar, correr, gritar, pero a la vez (y te odio por esto), estoy excitado. Los hechos son los hechos: tengo el corazón en pedazos y el rabo empalmado.
Por el hueco circular del contrachapado se asoma tu polla, inconfundible. Para nosotros, tres son muchos años. Distingo por el sonido de la saliva y tus gemidos que ha separado tus nalgas para hacer bien su trabajo. Me desabrocho el pantalón y me la saco. La acaricio, mojada, y no pienso más. La meto en mi boca y disfruto tu rabo, que he probado mil veces y, sin embargo, ahora me sabe distinto, no sé si mejor o peor que antes, pero es bueno, al fin y al cabo, y solo consigo seguir chupando. «Fóllame, joder», le dices casi suplicante; tu polla deja mi boca un instante para ir al otro lado. Yo espío por el hueco con cuidado, mientras él te la mete poco a poco, resbalando despacio. La tienes dentro ya. Vuelves a cruzar frontera y de nuevo te la mamo. Cuando te embiste, fuerte, gimes, y tu capullo a punto de nieve me roza la campanilla y me empapo.
—¿Te queda mucho? —preguntas.
—Un rato —contesta.
—Si sigues, me corro —le dices cachondo perdido.
Entonces él te da más fuerte, y tú explotas en mi boca sin aviso, tan adentro que trago todo el semen, espeso, caliente, garganta abajo.
—Me he vaciado bien, joder —presumes satisfecho—. Siento que no hayas acabado, pero estaba muy cachondo —añades disculpándote, y miras la hora preocupado—. Es tarde. Tengo que irme ya.
—Sí, que te están esperando con la cena hecha —suelta él.
—¿Celoso? —preguntas.
—Idiota…
—¿Vienes o te quedas?
—Yo no he acabado —contesta él, subrayando la ausencia de su orgasmo.
—Vale. Hablamos.
—Hablamos…
Y te vas. Has conseguido lo que estabas buscando y más. Has tenido tu follada y mamada extra de regalo. ¿Y yo? ¿Qué he ganado yo? De repente, no sé qué pinto aquí en el suelo, tirado, en la cabina del glory hole, con los pantalones bajados. Patético despechado.
Tocan en la puerta, y aunque despacio, me sobresalto por lo inesperado. Tocan de nuevo. Me tomo mi tiempo, me levanto, y tímido, abro. Es él. Es jodidamente guapo. Más que tú. Mucho más. No sé de dónde lo has sacado. ¿Me conoce? Puede que alguna vez le hayas enseñado una foto o algo, pero tampoco voy a preguntar ahora. Además, seguro que ni se acuerda. Soy uno de tantos. Cierra con pestillo y se acerca a mí, tan cerca que noto su calor, pero todavía sin tocarme. Se queda ahí, quieto.
—Hola… —susurra, sin quebrar apenas el aire que separa nuestros cuerpos.
Sabe lo que hace. Sabe lo que quiero. Que lo deseo. Y soy yo el que cede al final, tal y como él había planeado; acerco mis labios a los suyos, y le beso, lentamente. Así llegan las lenguas a la fiesta de saliva en su boca, en la mía. La suya, traviesa, se desliza por mi barba, roza mi oreja y pasea por mi cuello, suave y decidida. Egoísta, acaricio su pelo ondulado con mis dedos y presiono levemente su cabeza para que siga en ese punto exacto de mi piel haciendo fantasía.
El placer se vuelve exceso, se separa, y me mira. Sus pupilas se disuelven en las mías. Sin tener que decirlo, obedezco, y me pongo de rodillas. Desabrocho sus vaqueros, cede la cremallera, y de un solo movimiento bajo su ropa a la altura de sus pantorrillas. Por fin, veo su polla rozando mi boca, todavía más grande y gruesa de lo que creía. Lamo con la punta de mi lengua su capullo rosado, y lo rozo con mis labios mientras él simplemente me mira. Recorro la longitud de su polla hasta sus pelotas, llenas de la corrida que no has querido, mi vida. Subo de nuevo y por fin la meto en mi boca, entera, como tú lo hacías. Pero mucho mejor. Lo sabes. Lo sabe. Se la chupo como si se me fuera la vida en ello, agarrado a sus piernas fuertes; le hago un vestido de saliva. A ratos, mi boca busca respiro, le miro a los ojos y sonrío; vuelve su polla a mi boca, y sigo.
Cuando la tiene ya empapada, me toca la cabeza suavemente y me dice al oído: «Déjame follarte». Yo, de nuevo, sonrío. No sé por qué, pero me deja sin palabras y me comporto como un crío. Pero me siento tan bien.
—Ven —le digo, abriendo la puerta.
Le cojo de la mano y lo llevo al fondo del pasillo, casi en el punto exacto donde hace un rato estabas con él, ¿te acuerdas? Ahí mismo. Le quito la camiseta y la dejo caer. Pongo mis manos en su pecho y él sus labios en los míos. Me besa de nuevo, me abraza y noto su paquete contra el mío. Baja su mano a mi culo y lo aprieta como dando a entender «es mío». Me separa un momento y me voltea para tener lo prometido. Me baja el pantalón, me abre el culo, lo devora, lo lame como un perro salido. Me lo empapa y con su lengua hace el camino. Decidido, me da un mordisco en la nalga. Me quejo y, muy dulce, le da un beso.
—Despacio —le pido.
Acaricia mi trasero mientras puntea con su glande, con paciencia. Claro que tú ya sabes cómo es mi agujero: estrecho, apretado, calentito. Poco a poco lo noto abriéndome, y aguanto como puedo el dolor de su rabo entrando. Duro. Me gusta y no quiero que pare, pero es ese placer tan intenso que hay que ir de a poquito; aunque no es un novato, y al poco rato, tengo su bate bien clavado, hasta dentro, buscando su sitio. Me tiene cogido por las caderas y bombea, mientras me la casco.
—Sigue —digo entrecortado mientras gimo—. Sigue.
Algunos curiosos se acercan como el burro va al trigo. Son las hienas del festín, con sus miembros empalmados, se masturban, tocando un poco mi piel, un poco la de mi activo, tanteando hasta donde pueden meter el hocico. Las manos, que se agolpan en un morboso bullicio, esperan, por si acaso, su turno.
Él, a lo suyo, jadea y cambia de repente el ritmo; le noto entrando y saliendo, casi a punto del estallido. Siento el impacto contra mi culo. Yo me pajeo, me queda nada y me habré corrido. Da tres embestidas que casi me atraviesan y oigo su gemido. Se corre sin aviso, intenso, profundo, encendido; y yo también gimo y me corro al notar su semen dentro de mí como un río.
La saca despacio y se separa. Yo me quedo quieto. La misma posición tras ser montado. Dos de los que merodeaban, encuentran la ocasión y meten sus pollas duras y largas, alternos, en mi culo aún dolorido. Emito un leve sonido de placer, por inercia, agotado. Calientes, se corren uno tras otro, muy profundo. Y yo por dentro me inundo.
Me incorporo finalmente, me visto, y él se ha ido. Soy idiota. Creo que sí sabía quién era yo. No fue dulce, fue listo.
Salgo a la calle y camino, es tarde. Cojo el móvil. Lo previsto: tus llamadas perdidas que se pierden en el infinito. ¿Me quieres? Ya no sé si el amor es esta mierda o algo parecido. Vuelvo a casa, en parte triste (más por él que por ti, tengo que decirlo), en parte orgulloso (casi sin motivo). Pero así me siento aquí y ahora, con el sabor de tu amigo compartido. La puerta y tú, dentro de casa, durmiendo ya, imagino. Yo, al otro lado; la anilla del llavero en el pulgar y las llaves dentro del puño cerrado para no hacer ruido. Pero no abro. Todavía no. Meto la mano libre, la exploradora, por dentro del pantalón, por detrás, y bajo un poco hasta notar la humedad. Deslizo un par de dedos y me los llevo a la nariz, mojados. El olor del semen es inconfundible. Y a la boca. Saboreo lo que queda de la noche en mi culo. Y me declaro inocente, porque esto no estaba planeado.
Quizás mañana te lo cuente todo; que lo sé, que me has mentido. O quizás no. Quizás me callo para siempre, me hago el tonto y seguimos.