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Finalista

El sacerdote

Cogía el tren en la estación de Majadahonda en dirección a mi casa, como todos los días. El día de hoy en el hospital donde hacía las prácticas había sido muy estresante. Muchos pacientes con patologías que desconocía, clases teóricas muy intensas… En fin, muchas cosas que me hacían ver que, a casi dos semanas de los exámenes finales, no me sabía y, por ende, me tenía que poner a empollar.
El trayecto a casa fue de lo más interesante. Frente a mí se sentaron dos hombres, de unos 40 años más o menos. Los dos tenían ese algo que me llamaba la atención de los hombres. Estatura media, morenillos, con ese cuerpo de hombre casi maduro de músculo firme, pero con barriguilla cervecera, con voz grave y quebrada y una barba descuidada pero sexi.

A uno de ellos le notaba nervioso, el otro se reía y de vez en cuando le ponía la mano en la rodilla de la pierna que no paraba de mover. Mientras, hablaban sobre algo de su empresa, por lo que intuí que eran compañeros de trabajo.

Para disimular, me puse a mirar por la ventana mientras los observaba en el reflejo del cristal. Y entonces, me empecé a excitar. Mucho. Empecé a imaginar que estaba de rodillas mientras los dos me daban de mamar. Apretándome la cabeza contra su polla hasta correrse. Diciéndome: “así le gusta que le saquen la leche a papi…”.

Estaba ensimismado pensado en esas cosas hasta que uno de ellos dijo la palabra “boyberry”. No sé de qué estaban hablando, solo capté esa palabra y me puse a cotillear. El que más me excitaba dijo: “es un bar como cualquier otro. Vamos, nos tomamos algo y si quieres pasar dentro, pasas, si no, no”. A lo que el otro respondió: “Pero ¿no te da vergüenza saber que la gente sabe que vas allí a follar?”. El otro soltó una carcajada en alto y respondió: “tienes que abrir tu mente. Nadie te va a juzgar. Es el sitio donde menos prejuicios hacia los demás hay. Nadie te va a obligar a nada. No todos van allí a follar”.
Hablaban bajito y no pude escuchar todo. Si antes de saber que eran gays estaba excitado, ahora lo estaba mucho más. Me levanté del asiento y me fui a la puerta de salida del vagón. Me puse a pensar en otras cosas para quitarme las imágenes que tenía en la mente. Sabía que en cuanto llegase a casa me iba a meter en la habitación y me iba a hacer una paja.

Al salir de la estación y ver la buena tarde que hacía me deprimí un poco. Ya no pensaba en esos hombres, ahora estaba pensando en los temas de traumatología que me tenía que estudiar para esa tarde. Era viernes, hacía un tiempo increíble para irse a un parque a no hacer nada con los amigos y no para estar todo el finde en la biblioteca estudiando…

Justo al ir a cruzar el paso de cebra, vi que alguien se ponía a mi lado. Alcé la vista y vi a Mario, el cura de la parroquia de mi barrio. Mario era un hombre de 46 años, alto, musculoso (era deportista y se cuidaba muy bien), con la barba muy bien apañada, y aunque no era especialmente guapo, tenía un atractivo que a mí me ponía mucho.

“¡Ay, Mario! ¿Cómo estás? ¿Qué tal todo?” le dije. He de reconocer que siempre me he puesto nervioso hablando con él. Se me notaba. Cruzamos el paso de cebra y sin yo esperarlo me dio un abrazo. “Pues muy bien, Lucas. Echándote de menos en la parroquia. Hace tiempo que ya no vienes. Solo sé de ti por Facebook, que te leo. Me acuerdo mucho de ti. A ver si te pasas un día a hacernos una visita”. “Ya sabes, Mario, ando muy liado con la carrera… A ver si algún día puedo sacar un hueco y me paso”. Dejé de creer en Dios y ya no iba a la parroquia, pero obviamente eso no se lo podía decir.

Hace unos dos años yo me pasaba los findes en la parroquia. Era catequista, monaguillo y miembro de un grupo de jóvenes cristianos con el que hacíamos miles de actividades todas las semanas, pero con el paso del tiempo fui conociendo a otra gente y me fui alejando.

Fue en un campamento de verano en el que me fijé por primera vez en Mario. Estábamos todos en la piscina del albergue bañándonos y pasando la tarde. Mario hacía de socorrista y nosotros estábamos con los críos jugando. Nos reunimos todos los monitores, cogimos a Mario en brazos y lo tiramos al agua.

Al salir, Mario tenía la camiseta mojada y pegada al cuerpo, se le notaba cada uno de sus músculos. Iba con un bañador muy viejo y desgastado y se le notaba el paquete. Creo que fue la primera vez que vi un paquete tan grande. Se le notaba una polla de unos 15 cm sin empalmar, no muy gordita y larga. A partir de ese momento, mi fijación por Mario aumentó, y cuanto más mayor se hacía, más me ponía. Más de una vez me había masturbado imaginándome mil situaciones con Mario. Supongo que por lo mucho que me excitaba me ponía tan nervioso al verle.

“¿Esta tarde estarás muy liado? Necesito trasladar los trastos de Semana Santa al almacén y estoy solo” me dijo. Nada más decirme eso mi cabeza se imaginó a Mario follándome en el almacén. Aunque no hubiese ninguna oportunidad de follar, solo con pensar en pasar un rato con él, verle y no estudiar, le dije que sí, que después de comer me acercaría.

Llegué a casa y lo primero que hice fue saludar a mi madre. Terminé de comer y me fui a la habitación a hacerme una paja. Pensé en Mario y en los dos hombres del tren lefándome la boca mientras yo estaba de rodillas en medio de los tres. Tardé poco tiempo en correrme. Me limpié, me puse ropa cómoda (unos pantalones de deporte y una camiseta vieja) y me fui para la parroquia.

Pasé a la parroquia y nada más entrar vi a Mario moviendo unas cajas. Le saludé y directamente me puse a mover cajas con él. Él iba con una camiseta de propaganda, unos pantalones cortos y unas deportivas. Se le notaban todas las venas y todos los músculos definidos. Mi mirada se iba a eso y a su paquete (que llevase lo que llevase siempre se le notaba un bulto). Pese a haberme hecho antes una paja, me excité de nuevo y con el pantalón de chándal corría el riesgo de que se me notase, por lo que me puse a pensar en otras cosas. Si me ponía erecto delante suya, me moriría de la vergüenza.

Estuvimos casi media hora con las cajas, moviéndolas de la iglesia al almacén. Hablamos de mis prácticas, los estudios y de ambos en general. Nada importante. Yo seguía excitado. Mucho más que antes. Con el esfuerzo, los dos estábamos sudados y, además, a él se le notaban mucho más las venas, y entre eso y el olor me ponía cada vez más cachondo.

Moviendo una de las cajas, la parte de abajo se rompió y todo lo que había dentro se cayó al suelo. Me puse a recogerlas mientras Mario iba a por otra caja. Cuando regresó, se puso a mi lado. Tenía su paquete a unos centímetros de mi cara. “¿Puedes tu solo?” me dijo con un tono muy serio. No pude evitarlo, me puse muy cachondo y erecto. “Si me quieres ayudar, vale, pero puedo solo”. No dijo nada y se puso a meter cosas conmigo. Yo estaba que no cabía en mí. En lo único que estaba pensando era en Mario y en las miles de cosas que podría hacerme.

Terminamos de meter todo en la caja y él se volvió a levantar, poniéndose como antes. Yo estaba empinado y no me podía levantar en ese momento. Pensaba que Mario se iba a mover y yo podría levantarme intentando ocultar la erección, pero no se movía. Hubo unos segundos de silencio sin que ni él ni yo hiciésemos nada. Viendo que la situación me estaba poniendo un poco nervioso, cogí la caja desde el suelo y me intenté levantar colocándome la caja en la cintura y así poder ocultar mi erección. Aunque lo hice, se me notó y Mario lo vio.

Por el rabillo del ojo vi que Mario sonreía. Yo estaba muerto de la vergüenza y en dos segundos se me bajó. Llevé la caja al almacén y le dije a Mario que me iba. Estaba muerto de la vergüenza y lo único que quería era irme de allí. “¿Te vas ya? Aún quedan algunas cajas” me preguntó. “Si, Mario, se me está haciendo tarde y tengo mucho que estudiar…” le respondí. “Vale, no te preocupes. Termino yo” me dijo sonriéndome. Sin un estímulo externo fuera de lo normal, me volví a poner cachondo. Quería comerle la polla a Mario o hacer mil cosas más. Me daba igual. Me acerqué a darle la mano y despedirme, y él como siempre me cogió para darme un abrazo (algo normal de él). No me negué. El olor que desprendía de ropa limpia con sudor, el contacto con él y mis pensamientos me pusieron de una forma que no podría describir. Eso me incitó a darle un abrazo más largo de lo normal que volvió a generar una situación algo incómoda. Al retirarme del abrazo, sin pensarlo me lancé y le di un beso en la boca.

Le cogió de sorpresa. Aunque yo intentase meterle la lengua, él tenía la boca cerrada. Como me esperaba, no me devolvió el beso. Me aparté. Le miré. Me miró arqueando una ceja y con una cara que nunca había visto. Se volvió a generar unos segundos de silencio y sin yo esperarlo inició él otro beso.

Me dejé llevar. Puse mis manos en su pecho y suevamente comencé a retorcerle los pezones. Gimió. Se separó de mi y me dijo: “Para”, pero me volvió a besar otra vez con más ganas. Seguí jugando con sus pezones. Notaba como se ponían cada vez más duros. Él me puso las manos en la nuca y me apretó muy fuerte. Yo gemí. Abrí los ojos y me separé. Me puse de rodillas y teniendo mi cara a un milímetro de su paquete, comencé a darle besos. Con cada beso el paquete se ponía cada vez más y más duro. La idea de que su pene era grande se confirmó cuando iba siguiendo la silueta de su pene con besos.
Le miré y en voz baja le dije: “Fóllame”. Me cogió de la cabeza y me apretó contra su polla. Gemí para que él supiese que eso me gustaba mucho. Mientras él seguía apretando con mis manos intenté desabrocharle el botón del pantalón. Me soltó. Terminé de bajarle los pantalones y pude ver como el bóxer que llevaba estaba manchado de líquido preseminal. Me acerqué con la lengua y comencé a chuparlo. Le miré y vi como él miraba al techo con cara de placer.

Tenía un pene enorme. Al bajarle los calzoncillos me cogió de las manos diciendo: ¡Para! Yo paré. Me levanté y le pregunté: “¿qué pasa?” “No podemos hacer esto, Lucas, y menos aquí. Vete a casa” dijo mientras se subía los pantalones. Su expresión cambió. Se puso serio.

La situación pasó de 100 a 0. La polla se me bajó. Cogí mis cosas, le dije: “Adiós, Mario” y salí a la calle.

Estuve sin pensar en nada hasta que llegué a casa. Me metí en la habitación, saqué los apuntes de traumatología y me senté en el escritorio. Estaba bloqueado. Hice el intento de estudiar, pero mi cabeza se iba a Mario y a su polla, a sus besos, a su abdomen… ¿Qué había pasado? ¿Le escribo? ¿Le pido perdón? Me quedé mirando a la nada un rato. Tenía un nudo en el estómago y la cabeza bloqueada. Me metí en la cama y me puse a mirar vídeos en internet.

El móvil vibró. Me acababan de enviar un mensaje de texto. Era Mario. En el mensaje ponía: Si puedes, acércate después de misa. Quiero hablar. Me puse cachondo otra vez. Pero el nudo en el estómago era más fuerte. No me apetecía masturbarme. No acababa de digerir lo que había pasado hace un rato. Seguí viendo vídeos hasta que llegasen las 21:00 y fuese a la parroquia. Era incapaz de estudiar y de hacer algo que implicase concentrarme.

Me puse unos vaqueros ajustados, una camiseta básica, una camisa de cuadros abierta y unas zapatillas negras a juego con la camisa. Me acerqué a la parroquia antes de que terminase la misa. Me fumé un cigarro en la puerta y cuando terminé, vi como la gente comenzaba a salir. Estaba erecto, pero podía hacer que no se notase.

Pasé a la sacristía. Estaba Mario quitándose la sotana. Estaba también Javier, un hombre de unos 85 años que solía quedarse al final de las misas para ayudar a Mario a dejar todo colocado y en orden. Les saludé. Me puse a hablar con Javi sobre cómo nos iba. No miré a Mario en ningún momento. Él no dijo nada en todo el tiempo.

Salimos de la parroquia. Mario cerró la puerta. Javier se despidió de nosotros y se fue. A continuación, Mario se puso a andar sin decirme nada. Fui detrás de él. “¿Qué tal?” le pregunté. No sabía qué decir. Mario con gesto serio me dijo: “Bien”. Me puse triste y el nudo en el estómago aumentó. “La he liado parda” pensé. “Oye, Mario… Mira, perdón. No sé en lo que estaba pensando. Estaba caliente, con las hormonas a mil y me volví loco. Te prometo que no vuelve a pasar” le dije. Su gesto cambió. Sonrió y me dijo: “¿Perdón? ¿Por qué? ¿No te gustó? Bueno, yo pensé que te había gustado… Quería acabar lo que empezamos. Estuve muy a gusto y esto no puedo dejarlo aquí” me respondió.

No entendía nada. ¿Por qué se comportaba así? “Ah, vale. No, no, si yo quiero, pero te veía tan serio que… No sé…” Me empecé a poner nervioso. Me puso una mano en el hombro y me dijo: “Tranqui, chaval”. Me puse a cien. Me empiné. El contacto y el tono protector que puso cuando me dijo eso hizo que me calentase. “¿A dónde vamos?” le pregunté. “A donde yo diga” me dijo mientras me pellizcaba la piel con tono muy serio. Pensaba que me corría. El nudo en el estómago se convirtió en calor que se extendía y hacía que me temblase todo el cuerpo. Estaba que no cabía en mí.

Cogimos el metro en la estación de Delicias. No hablamos mucho durante el trayecto, pero lo poco que hablamos, noté que la actitud de Mario había cambiado. Estaba muy raro. Tipo macho dominante, pero a la vez protector. No sé. Solo sé que me ponía. ¿A dónde me llevará? Pensé.

Nos bajamos en la estación de Callao. Salimos a Gran Vía y nos pusimos a andar. Nos metimos por una de las calles perpendiculares a Gran Vía y seguimos andando un poco más. Mario se paró. Miré a mi alrededor y vi que en la cera de enfrente estaba el Boyberry.

“¿Conoces este sitio? me preguntó. “Sí, pero nunca he pasado. ¿Tú?” le respondí. “No. Vivo con más sacerdotes en el piso y tú tienes a tus padres en casa. He pensado que si quieres podemos pasar aquí a tomar algo… He leído que el ambiente mola” me dijo con una sonrisa. Le devolví una sonrisa como respuesta. Me dio la mano y cruzamos la acera.

Antes de abrir la puerta se volvió a parar diciéndome: “Esto nunca ha pasado, Lucas”. “¿No podemos solamente tomarnos algo tú y yo en un bar?” Le dije sonriendo y con tono juguetón. Abrió la puerta y pasamos.

Estaba muerto de los nervios. Nunca había pasado a un pub de sexo. De siempre me había dado mucho morbo, pero nunca me había atrevido a ir. En ese momento intenté dejarme llevar. Me iba a follar a Mario, me tenía que dejar los nervios a parte.

Nos colocamos directamente en una mesa que había en una de las esquinas. No queríamos ponernos cerca de la ventana por si justo esa misma tarde a alguien del barrio le daba por pasear por esa calle y nos veía dentro del bar. Mario era el cura del barrio, lo conocía mucha gente. Mario se acercó a la barra, pidió dos botellines y los trajo a la mesa.

Me relajé mucho ahí. Había unas 10 personas en la sala de la barra. El ambiente era tranquilo y todo el mundo iba a su bola, nada parecido a como yo me lo esperaba.

“Bueno, y ¿cómo llevas la carrera?” me preguntó. El hecho de hablar de nuestras cosas y normalizar lo que había pasado me relajó bastante. Le conté cosas curiosas que me habían pasado durante mis rotaciones en el hospital y le conté un poco el agobio que tenía con todo. Me cortó diciendo: “La cerveza es un diurético rápido, ¿eh?” Me cogió de la pierna diciéndome: “Acompáñame al baño”. El contacto suyo me excitaba muchísimo y mucho más cuando me lo decía con ese tono tan serio.

No dije nada. Nos levantamos, dejamos la bebida en la mesa y fuimos al baño. Él se puso en un orinal y yo en el otro. No tenía ganas de mear, pero no quería quedarme sin hacer nada mientras. Terminé yo antes que él. Me separé y le esperé.

“¿Dónde vas? No he terminado. Sujétamela mientras meo”. Sin decir nada me acerqué y le agarré la polla. Estaba caliente. Notaba como el pis salía y a la vez su pene se iba haciendo más grande. Terminó y dijo: “Ahora, sacúdemela” Lo hice. Le mire y él me estaba mirando con un gesto muy serio que a mí me ponía a mil.

Se guardó la polla, me cogió del brazo y salió por otra puerta distinta a la que habíamos entrado. Justo al lado del baño había una cabina libre y nos metimos dentro. No me dio tiempo a mirar qué es lo que había en esa sala, pasamos directamente. Cerró la puerta.

Me agarró y me besó intensamente. Paró. Se quedó mirándome y me escupió. “Cómeme el rabo” me dijo mientras me cogía de la cabeza y me apretaba para que bajase. Me arrodillé. Se desabrochó él el pantalón. Me cogió de la barbilla, me hizo mirarle y me volvió a escupir. Resoplé y él sonrió. Sabía que eso me gustaba y a él se le notaba que le gustaba. Nos compenetrábamos perfectamente.
Por fin pude verle el rabo. Era mejor de lo que yo me imaginaba. Le cogí la polla con una mano y no me cabía entera en ella. Con la otra le cogí los huevos y me llevé el glande a la boca. Comencé despacio, quería disfrutar de su rabo. La sensación de tener la polla de Mario en la boca me volvía loco. Empecé a metérmela cada vez más dentro.

Me agarro la cabeza con sus manos y me empujó contra él mientras decía: “Traga, puta”. Yo gemía y obedecía. Me llegaba hasta la garganta. Empecé a dar arcadas, pero me encantaba esa sensación. No me sacaba la polla de la boca. Él gemía de placer. Cuando me soltaba yo no me retiraba, era suyo y quería darle el mayor placer posible, quería que lo supiese.

Mientras seguía mamándole la polla, él me daba tortazos con la mano. Yo, con una mano jugaba con sus pezones y con la otra jugaba con sus huevos.

“¡Para!” gritó. Me saqué la polla de la boca. Me quité con una mano las lágrimas de los ojos y le miré. Vi a Mario mirándome desde arriba, sujetaba su rabo con una mano y con la otra me tiraba del pelo obligándole a mirar. “Vas a hacer que me corra ya, cabrón. ¿Quieres lechita o qué?” Se puso muy serio. Empezó a darme con el rabo en la cara. Me agarró del pelo y me obligó a subirme. Se quitó los pantalones y la camiseta. “Quítate la ropa” me ordenó. Y obedecí.

Completamente desnudos pude verle entero. Su cuerpo, sus brazos, su abdomen, sus piernas, su enorme rabo… Me empecé a masturbar y me acerqué a él. Empecé chupándole los pezones, después fui a los sobacos. Subía por su cuello dándole besos y jugando con mi lengua. Le mordía la oreja mientras él gemía de placer. Mientras con una mano me masturbaba, con la otra le masturbaba a él.
“Date la vuelta”. No le hice caso, quería seguir jugando. “Date la vuelta” dijo de nuevo con un tono más serio. Seguí jugando. Le miré sonriendo para que viese que le había escuchado pero que no quería hacerle caso. Me cogió del brazo y me lo retorció con cuidado pero fuerte. Me hizo un daño que me gustaba, y por inercia acabé girado mirando a la pared y con Mario a mi espalda.

Sentí como me agarraba por la cintura y la echaba para atrás haciendo que pusiese el culo más abierto. Con un dedo jugaba con mi ano y con el otro me apretaba los pezones. “Papi te va a preñar”. Yo no podía decir nada. Mientras metía y sacaba el dedo de dentro de mi culo yo temblaba de placer. Intenté decir “Vale” pero no logré decirlo entero. Estaba sintiendo tanto placer que la voz se me quebraba.

Sentí sensación de frescor cuando con el dedo me echó lubricante. Siempre me ha costado dilatar y aunque fuese pasivo, llevaba mucho tiempo sin follar. Se lo dije. Me puso la mano en la boca, tapándome. “Cállate, puta”. Gemí. La sensación de tener a Mario a punto de follarme y lo bien que hacía de dominante, hacía que sintiese una sensación en todo el cuerpo que nunca había sentido. Solo quería tener a Mario dentro de mí. Sentirle dentro.

Noté como entraba la punta. Y empecé a temblar de placer. La metía un poco y la sacaba. Echaba lubricante y la volvía a meter. Hasta que empujó una última vez y sentí como toda su polla entraba dentro de mí. Gemí.

Al principio lo hacía más despacio, pero luego empezó a darme embestidas más fuertes. Los dos estábamos gimiendo de placer. Estaba disfrutando tantísimo… “¿Dónde vas a querer la leche? ¿Quieres tragarte mi lechita o quieres que te preñe?” me preguntó mientras me follaba. “En la boca” fue lo único que pude decirle. Noté cómo se sacaba la polla, y sin decirme nada me puse de rodillas y comencé a comerle el rabo.

Me metía la polla hasta el fondo intentando sacármela lo menos posible. Mientras gemíamos los dos. Yo me masturbaba y él me apretaba contra su rabo. De repente gimió mucho más fuerte y sentí como un calor corría por mi garganta. Se había corrido. La sensación de que la leche de Mario estaba dentro de mí hizo que yo empezase a correrme. Estábamos los dos gritando y gimiendo de placer. Yo seguía mamando y notando como seguía soltando chorros de lefa por mi garganta. Termino con un fuerte “AH” y me sacó la polla de la boca. Me volvió a coger del pelo obligándome a mirarle y me escupió.

Con una mano cogí de nuevo su rabo y terminé de limpiárselo con mi lengua. Sabía y olía a semen. “¿Te has quedado con hambre?” me preguntó. Le miré y sonreí. Seguía sin poder articular palabra. Estaba en shock del placer.

Nos vestimos y salimos de la cabina. Fuimos directamente al baño. Me lavé la cara y me sequé con papel el sudor. Mario hizo lo mismo. Me miró. Sonrió y me dijo: “el pequeño Lucas…” mientras que con una mano me revolvía el pelo. Me dio un beso en la frente y salió a la sala del bar.

Nos sentamos en uno de los taburetes de la barra, pedimos un refresco cada uno y nos quedamos mirando uno de los vídeos que salía en una pantalla.

“Bebe rápido, Lucas, que mañana tengo catequesis temprano” me dijo con una sonrisa. “Me estoy planteando volver a ser catequista” le dije con tono gracioso. “Siempre serás bienvenido a la casa de Dios” me respondió. Salimos del boyberry despidiéndonos de los camareros y de un par de chicos que estaban dentro. Era ya de noche. No sé cuánto tiempo habíamos pasado ahí.

“¿Volveremos?” le pregunté a Mario. “¿A dónde?” me respondió con una cara de extrañeza. “¡Aquí!” le respondí también extrañado. “Yo nunca he estado aquí, Lucas.”

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