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El sabor de un sueño

Como cada día, antes de que la estrepitosa alarma le alejara del plácido sueño; la estrechura de su ropa interior motivada por la dureza de su entre pierna, le despertó. Una vez más, la erección le había desvelado antes de que sonase la alarma. Con los ojos abiertos y en total silencio, las imágenes de aquel frecuente sueño que acababa de experimentar durante la siesta, se plasmaron en su memoria. Entonces colocó su mano sobre el abultado paquete. Acto seguido comenzó a divagar entre pensamientos opuestos a aquel sueño, para poder relajarse. Poco a poco, sintió como su rígido miembro decreció. Al menos el bóxer dejó de apretarle, notando tan solo un breve cosquilleo que sofocaría tras la ducha.  Una vez preparado, se puso en marcha como cada tarde para acudir a la facultad.

— ¡Muchas felicidades Héctor!— dijo Sofía, su mejor amiga desde que se conocieron al comenzar el curso.

— ¡Gracias! —respondió mientras extraía el material de estudio de la mochila, y continuó: — ¿Dónde están Abraham y Oliver?

—Desde que empezó el buen tiempo suelen faltar a las clases…

Pero antes de que Sofía consumara la frase, Héctor leyó un mensaje del móvil. Abraham y Oliver estaban esperándole en una de las entradas del recinto universitario. Con disimulo logró esquivar a Sofía, y salir a su encuentro.

Tras recorrer varios pasillos invadidos por acelerados estudiantes, pudo divisarlos en la lejanía. Abraham y Oliver eran en su opinión, los chicos más guapos de todo el campus. Atléticos, atractivos, musculosos, con ojos oscuros, cejas pobladas, y mentón pronunciado; hizo que fuesen los más populares entre el sector femenino. Aunque eran heterosexuales, Héctor sentía un profundo amor por ellos. Un sentimiento sano y limpio, aunque con cierta atracción controlada desde el respeto.

Una vez juntos, los chicos le taparon los ojos con un pañuelo. Héctor comprendió que sus clases habían acabado… y sintió intriga e ilusión por ver lo que habían preparado. Después de un extenso recorrido en coche y a pie, se detuvieron. Siguiendo las indicaciones de los compañeros, entró a un espacio cerrado. Lo supo enseguida al notar que el ambiente era diferente, y al dejar de escuchar el activo sonido de la calle. Poco después, apretando sus manos, llegaron hasta un segundo espacio más íntimo. Acto seguido, Abraham y Oliver quitaron el sólido pañuelo de su rostro.

Aquel escenario escapaba a cualquier cosa imaginada por el joven. Los tres amigos se encontraban en una de las cabinas del Boyberry. Héctor comenzó a reír sin parar. Todo hacía imaginar que sus compañeros le habían gastado una broma. Oliver, puso las manos sobre sus hombros, e hizo fuerza para que se agachara. Cuando Héctor sintió la dureza del pavimento en sus rodillas, lanzó una mirada de duda hacia sus dos amigos y compañeros.

—Hoy es tu cumpleaños… ¿no…? Sopla las velas… —dijo Abraham mientras ambos sacaron de sus cortos pantalones sus prolongados falos totalmente erectos.

Héctor no podía creer lo que estaba ocurriendo. Sin esperarlo, sus compañeros acercaron sus penes a su cara, hasta rozarlos con sus labios y barbilla. Sin tiempo a pensar, abrió la boca tanto como pudo, y comenzó a tragar. Comió y lamió cada palmo de ambos falos sin detenerse.

Acto seguido, lo pusieron en pie y bajaron toda su ropa inferior. Ahora fueron sus compañeros lo que de rodillas, le comieron el ano y sus genitales. Héctor no se atrevió a decir una palabra… ni tan siquiera tocar sus cabezas. Sólo podía gemir de placer, y hacer fuerza para no terminar…

Sin previo aviso, se pusieron en pie poniéndolo contra la pared. Los centímetros de sus descomunales rabos, comenzaron a entrar  entre sus duros y redondos cachetes. Héctor sintió como le ardía el culo, mientras su compañero lo empotraba sin tregua. Mientras, el otro compañero le cogió la mano para conducirla hasta su rabo. Empezó a moverla para marcar el ritmo con el que quería que lo masturbase, mientras le metía la lengua en la boca entre gemidos y susurros de placer.

Abraham entre una de sus embestidas, extendió su brazo para abrir la puerta de la cabina. En un instante, alertados por los eróticos sonidos del trío, varios chicos se reunieron frente a ellos masturbándose. Aquella situación excitó aún más a Héctor.

Cuando los dos compañeros acabaron de empotrarlo en un insaciable relevo perverso, se quitaron el preservativo. Héctor comprendió que estaban a punto, y una vez más sus rodillas volvieron a sentir el frío suelo.  Con cada mano sujetó ambos rabos y se las volvió a introducir en la boca. Le encantó sentir el calor de sus penes agitados en sus palmas. Pronto apreció la exaltación de los descomunales miembros, anunciando el final. Cada uno cogió su propio falo apuntando a Héctor.

Este cerró los ojos, sintiendo la llegada del esperma a su cara. Entonces no pudo contenerse más y allí mismo, tirado sobre el pavimento también concluyó. Los tres rabos escupieron todo lo que llevaban dentro. Una vez acabados, sus compañeros sonrieron y se marcharon. Héctor permaneció sentado mientras el semen recorría sus rasgos faciales. Todavía le temblaban las piernas, y sentía un agradable calor entre sus cachetes donde minutos antes, cada palmo de ambos rabos había penetrado. Su rostro quedó dividido en franjas. Líneas de semen que seguían un continuo recorrido hasta caer por la barbilla. Como un maquillaje natural intentando ocultar su excitado rostro. Aún no podía creer el regalo que sus compañeros le tenían preparado. Llevaba meses fantaseando con ellos… Vagos deseos teniendo en cuenta su heterosexualidad. Jamás pudo imaginar que aquello llegaría a cumplirse. Se había cumplido el sueño que tantas erecciones había provocado en sus sueños.

A la mañana siguiente, tragó saliva y comenzó a recordar todo. Héctor entonces sonrió, porque al fin conoció el sabor de su sueño. En su paladar seguía un ligero gusto a semen y perversión. Esperma y desenfreno. Orgasmos y placer.

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