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El dibujante de pollas

Los asiduos del Boyberry de Madrid le conocen como “El Dibujante”. El chaval es un nerd en potencia, con su mochila de estudiante, su camisa recién planchada, sus pantalones de pinzas y por supuesto sus gafitas de pasta, tras las que se esconden unos preciosos ojazos de miope y unas larguísimas pestañas, de esas que te hacen cosquillas mientras te están lamiendo los huevos.

El Dibujante apareció hace un mes por el Boyberry con su cuaderno y su carboncillo y ya se ha hecho famoso en el lugar.

-¿Qué dibujas? -le preguntan.

-Pollas. Dibujo y como pollas.

Hay veces en la vida que una mala crítica despierta una pasión. En el caso de El Dibujante fueron dos las que provocaron su vocación: una noche su novio le recriminó que no sabía chuparla, y a la mañana siguiente, en la Facultad de Bellas Artes, su tutor le dijo que no sabía dibujar. Así que ese mismo día dejó la universidad y a su novio. Y decidió aprender por su cuenta.

-Si regreso será con la lección bien aprendida -les dijo a ambos.

-¡Pero si acabamos de empezar! -le dijeron ellos. Con su novio llevaba dos meses, y apenas un mes de clases en la Universidad.

El Boyberry es ahora su escuela. Lo visitó gracias a los comentarios de un amigo. Entró, se pidió una tónica y rápido se fue a la zona de cabinas buscando el famoso glory hole. Este es el lugar, sentenció nada más verlo, aquí podré reorientar mi carrera y mi vida sexual.

Empezó esa misma tarde, y poco a poco fue generando una rutina de trabajo. Como buen nerd y universitario aplicado, el chaval es muy meticuloso en su aprendizaje. Una vez que entra en la cabina, se desnuda totalmente y deja la ropa bien doblada en una esquina, y sobre la ropa deposita el cuaderno y los lápices. Después se arrodilla frente al glory hole y espera.

Dentro de ese confesionario ha descubierto cosas de sí mismo que no sabía, o que al menos no se permitía reconocer: le mola estar de rodillas y desnudo, sumiso y expuesto. Y también, que de ese agujero en la pared le gusta hasta la corriente de aire fresco que se cuela cuando nadie lo tapa todavía, esa brisa que le eriza la piel blanca y pecosa y los sonrosados pezones. La intriga ante lo que asome por ese hueco siempre le baila en la polla y en la raja de su hermoso culito lampiño.

Pero ya se oye ruido al otro lado de la pared y al rato un glande moreno se arrima tímido a la abertura. El chaval empieza a salivar, acechando su primera comida del día.

Empezó practicando con la lengua, con suaves lametones despertando al monstruo, para después concentrarse en el capullo de sorbete, fascinado por la dureza y el color de esa tranca mulata.

Y entre chupada y chupada toma apuntes rápidos en su cuaderno, procurando ser lo más preciso posible con lo que ve y con lo que siente. Así fue como se enfrentó con un dilema fundamental, artístico y físico:

¿Se puede dibujar el olor y el sabor?

¿Eso que apenas entra en el folio podrá caber en mi garganta?

-Poco a poco -escuchó al otro lado de la pared, un acento cubano inconfundible-, no tengas prisa, nené, o te vas a atragantar.

Poco a poco. Curiosamente lo mismo que le aconsejaban su novio y su profe de Arte.

Fue su primera lección del día. La siguiente, y no menos importante, procurar que la lefa no te salpique los ojos. La corrida del mulato fue espectacular y sorpresiva, primero golpeando su paladar y después chorreando su pelo, las gafas y la pared contraria. Dejándole un sabor dulzón y espeso en la boca, y el ojo izquierdo irritado toda la tarde. Para ser su primer día de clase no estuvo mal.

Poco a poco. Paciencia y dedicación. Escribe en su cuaderno con letras mayúsculas bajo la ilustración del pollón tostado. No necesita nada más, solo arrodillarse desnudo frente al glory hole y esperar que el arte se abra paso día a día, polla a polla, que la inspiración le atraviese con su rotunda y carnosa presencia.

¡Hay tantos tipos de pollas! Se maravilla el inexperto lactante. Y no existe una polla igual a otra, su cuaderno de dibujo lo corrobora: grandes, pequeñas, gordas, flacas, cabezonas, chatas, afiladas y romas, nervudas, húmedas y secas, curvadas hacia abajo como garfios o arqueadas hacia el cielo, torcidas hacia los lados, con o sin prepucio, algunas tan calientes que arden en la boca y otras tan frías como chupar una barra de hielo, las hay orgullosas y las hay indecisas, sonrosadas, morenas, blancas, negras, pecosas, peludas y depiladas, las hay que irrumpen violentas por el agujero como si ya estuvieran penetrando una boca o un culo, y las hay perezosas, de esas que crecen en la garganta, también están las que avisan antes de correrse o las que se derraman sin querer, las hay que repiten y las que están de paso, como un postre nuevo e insólito.

El chaval pinta y come todo lo que sale por esa gatera. Con la práctica va cogiendo la medida exacta del hueco en la pared y de su propio gaznate. Entiende que de cada cacho de carne lo mejor son los tres últimos centímetros.

Lo siguiente que observa es que para una buena mamada también es imprescindible saber usar las manos, masturbando, acariciando, demorándose en los huevos apretados y cargados de leche, sin olvidar ese lugar entre las piernas, esa tierra de nadie entre la base del mástil y el ano. Testando con las manos y la lengua y los labios el pulso o el latido o el temblor, y entonces agarrarse fuerte al grifo para extraer su fruto de tormenta.

Debe haber un punto de unión entre la boca y el recto porque la sensación de sentir atascada la garganta se trasmite en el ano boqueante. Cuanto más grande es la pieza cobrada más se imagina el chaval cómo será tenerla en el culo, no puede evitarlo. Por ejemplo esas vergas curvadas, que seguro le llevarán al orgasmo percutiendo justo en la próstata. El niñato fantasea y se humedece, pero todavía no lo prueba, es muy estricto con su educación. Poco a poco, se repite, primero aprender a mamarla y dibujarla como es debido. Después vendrá lo demás, la polla es un buen punto de partida.

Realmente es una suerte que existan locales así, donde unir vocación y devoción.

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