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Finalista

El despertar de Mario

Mario salió de la pensión como cada tarde de la última semana. Como cada tarde de su nueva vida. Había llegado a Madrid el domingo. Bajo del autobús y pensó que no había nada más feo y gris que una estación de autobuses por la noche. Todo lo que tenía en la vida iba metido en dos bolsos de tela que daba la sensación de que fuesen a estallar en cualquier momento.
Subió las escaleras mecánicas que daban al vestíbulo principal cuando se dio cuenta que no había ido al baño en todo el viaje. De un vistazo rápido localizó los servicios y fue hacia ellos con paso firme y decidido.
Al entrar vio que todos los urinarios estaban llenos. Le pareció raro, pues la estación parecía estar próxima al cierre. Pero fue un pensamiento fugaz mientras entraba en una de las cabinas vacías.
Mear en una cabina de un baño público con 2 maletas no es fácil, así que tardó lo suyo. Al salir se fijó en que casi todos los urinarios seguían llenos y además no parecía que hubiesen cambiado sus ocupantes. Notó que no se oía ruido de meada y que, además, había movimientos sospechosos: manos que se movían rítmicamente, miradas rápidas a un lado y otro… ¿Pero de verdad podían estar masturbándose unos delante de otros? ¿Que eran, amigos que quedaban allí para hacer eso?
Se había quedado tan absorto que no se dio cuenta que llevaba ya varios segundos mirando fijamente a los pajilleros anónimos. Uno de ellos se dio cuenta y se giró lentamente enseñándole descaradamente su miembro duro y brillante mientras continuaba pajeándose, alternando miradas a su rabo y a los ojos de Mario, como invitándole que se acercara. El resto de tíos no paraban de mirarlos a ambos. Dos de ellos incluso se habían puesto a pajearse el uno al otro. Eso ya fue demasiado y Mario salió a toda prisa del baño, escandalizado.
Se monto en un taxi y dio las señas de la pensión. Se las había aprendido de memoria. Calle Valverde 13. Al colocarse el cinturón de seguridad se dio cuenta que tenía una erección, pero no una cualquiera, no, era la madre de todas las erecciones. Desde la separación de su mujer, dos meses antes, no había tenido sexo. Ni pajas. Ni siquiera recordaba una erección mañanera. Así que se quedó embobado admirando ese bultazo que se formaba en sus pantalones. El taxista Le hablaba, pero él solo era capaz de mirar su propio paquete y pensar en lo que había visto en el baño. ¿Como podía semejante guarrada haberle provocado una erección?
Como cada tarde de la última semana, Mario bajaba hacia la Gran Vía, pero esta vez sin destino fijo. Tras su separación, la vida en el pueblo se había vuelto insoportable. Demasiadas miradas y murmullos. Así que decidió probar suerte en Madrid. Había conseguido un trabajo precario como guardia de seguridad. Trabajaba de noche y dormía de día. A sus 40 años no era la mejor vida, pero por ahora era lo que había. Bajaba la calle pensando a qué dedicar su primera noche libre, cuando su mirada se detuvo en aquel local que tanto le llamaba la atención. Parecía un Pub, pero también un Sex Shop. Estaba claro que era un sitio solo para hombres, pero no terminaba de entender que tipo de local era. Pasaba justo en frente cuando le llamó la atención un hombre haciéndole señas para que entrara. Mario dijo que no, haciendo un gesto como de tener prisa, mientras el hombre, con una sonrisa, hizo un gesto de resignación con los hombros. Pero no era cualquier hombre. Era Julio.
La primera mañana que durmió en la pensión, Mario se levantó con una erección brutal. Hacía tanto que no le pasaba que decidió hacerse una paja por los viejos tiempos. Empezó a bajar su mano acariciando lentamente el vello del pecho. Se detuvo en el pezón donde llevaba el piercing, que se hizo con aquella novia inglesa, y lo pellizcó suavemente. El rabo le iba a explotar, y a cada pellizco, brotaba un hilo de precum que iba a parar al vello que unía el ombligo con su pubis. Siguió bajando la mano hasta encontrarse con esa humedad que se iba formando bajo su ombligo. Recogió un poco con el dedo y se lo llevó a la boca. Mientras lamía su dedo sonrió pensando que hacía más de 20 años que no probaba su precum. A la sonrisa le siguió una respiración cada vez más entrecortada. Le había puesto tremendamente cerdo lo que acababa de hacer. Volvió a recoger precum, está vez directamente de la fuente, y volvió a lamerlo, mientras con la otra mano agarró su rabo que casi apuntaba al techo. Chupaba su dedo mientras empezaba a pajearse con el rabo cada vez más duro. Lo miró sorprendido, no recordaba que fuese tan grande ni que tuviera tantas venas marcadas. Cerró los ojos y se concentró en el movimiento, cada vez más rápido. Cuando miró de nuevo su rabo le vino a la mente la imagen de la noche anterior en el baño de la estación de autobuses. Extrañamente eso le puso más cachondo todavía y aceleró el ritmo con la imagen de aquel tío enseñándole la polla dura, que en el recuerdo le parecía enorme. Al instante empezó a gemir y un disparo de semen le fue a parar a la barba. Tras éste, entre fuertes espasmos y con gemidos que se transformaron en gruñidos, siguió corriéndose en su pecho y abdomen. Contó 7 disparos. Tenía el cuerpo lleno de lefa y la respiración aún agitada. ¿Qué había pasado? ¿Se había masturbado pensando en un tío?
Se limpió la lefa con los gayumbos del día anterior, se envolvió la toalla a la cintura y salió al pasillo, neceser en mano, en dirección al baño, que compartía con toda la planta. Respiro aliviado al ver la puerta entreabierta, signo inequívoco de que estaba libre. Entró absorto; le daba vueltas la cabeza. ¿Qué le pasaba? ¿Ahora le excitaban los hombres? Con medio cuerpo dentro del baño, su mirada se detuvo en unos pies descalzos. Paró de golpe y musitó un “Perdón” mientras iba subiendo lentamente la mirada. Sus ojos pasaron por un par de piernas fuertes, morenas con mucho pelo. Más arriba, la misma toalla que llevaba él. Siguió subiendo y encontró un abdomen formado, donde se dejaban entrever unos abdominales tras una mata de pelo negro. Lo mismo pasaba en el pecho, poderoso, velludo, moreno… Cuando llegó a la cara de aquel desconocido, encontró una boca sonriente que decía que no pasaba nada, que ya estaba terminando. Era indiscutible que era un tío guapo, de esos que ligan sin tener que esforzarse. Volvió a disculparse y dijo que volvería luego.
– Tranquilo tío, si yo ya salgo. Pasa. Me llamo Julio. – Dijo el desconocido mientras le extendía la mano.
– Yo soy Mario, encantado.
Mario le dio la mano y pasó dejando la puerta entreabierta. Julio alargó la mano y la cerró mientras terminaba de recoger las cosas de haberse afeitado.
– Ve duchándote si quieres, yo me lavo los dientes y me largo, que llego tarde. – Mario estaba quieto, mirando a la pared, visiblemente incómodo – Tranquilo, que no te miro el pajarito.
Tras decir esto echó una carcajada mientras buscaba en su neceser el cepillo y pasta de dientes. Mario, entró en la ducha rápidamente y tiró la toalla a un lado. Julio, lavándose los dientes, comenzó a hablarle.
– Eres nuevo, ¿no? Yo llevo un par de semanas. A ver si encuentro piso… es que está la cosa fatal, todo carísimo. No es que aquí se esté mal, es el puto centro, y hay gente maja. Algunos bajamos a veces a tomar unas cañas, puedes venirte cuando quieras. ¿Estás de vacaciones o por trabajo?
Mario, mientras seguía duchándose, le contó que se acababa de mudar por trabajo, y sin darse cuenta, se vio inmerso en una conversación con ese desconocido, que una vez acabó de lavarse los dientes se sentó en el inodoro para seguir con la conversación. Era un tío muy simpático, desenfadado. Mario acabó de ducharse. Al cerrar el grifo apartó un poco la cortina para coger la toalla y se encontró a Julio con ella en la mano ofreciéndosela.
– Toma – le dijo – Mierda, ya he faltado a mi palabra, al final te miré el pajarito. Bueno, más bien el pajarraco jajaja.
Avergonzado, Mario se tapó con la toalla y se dio cuenta que la tenía más que morcillona.
– Perdona – Dijo mirando a su entrepierna – Esto de no follar me tiene todo el día cachondo.
– Tranquilo tío, yo voy igual – Dijo abriéndose la toalla y enseñando a Mario una polla enorme, en semi erección. – A ver si esta noche me la comen o algo, porque voy a tope… Bueno tío, me piro que llego tardísimo. Nos vemos luego.
Mario se quedó mirando como se iba Julio y se descubrió observando el culazo que se le marcaba bajo la toalla. Se sentó en la taza con las manos en la cabeza y una enorme erección abultando en la toalla. No entendía que le pasaba. Nunca le habían gustado los tíos, y en dos días, se había empalmado dos veces por culpa de ellos.
Durante esa semana coincidieron más veces y comieron juntos en un par de ocasiones. Se empezaron a llevar muy bien. Por eso, cuando lo vio invitándolo a entrar a aquel bar dudó por un momento, pero decidió seguir su camino. Mientas paseaba por la Gran Vía le vibró el móvil. Era un mensaje de Julio: “Tío, seguro que no puedes venirte? Mis amigos me acaban de dejar solo con la cerveza entera. Venga, una cerve, no seas cabrón”. Mario se quedó inmóvil mirando la pantalla. Quería ir. No quería reconocerlo, pero le encantaba estar con Julio y, además, se moría de curiosidad por ver ese sitio por dentro. “Venga, voy. Pero solo una”, escribió.
Dio la vuelta y empezó a caminar, con aire decidido. Algo dentro le decía que aquello no estaba bien, pero fue todo el camino convenciéndose de que no pasaba nada. Estaba en Madrid, era una nueva vida. Un nuevo comienzo para él, ¿por qué no disfrutarlo?
Encaminó la calle Valverde cada vez más seguro. Llevaba media sonrisa en la cara y un creciente bulto marcándose en sus vaqueros. Julio no se le había insinuado descaradamente, pero se había fijado en cómo le miraba y como aprovechaba cualquier ocasión para tocarle. Algo le decía que le gustaba. Y a Mario, aunque no conseguía explicarlo, también le atraía de alguna manera. Llegó a la esquina de Valverde con Desengaño, y se fijó en las letras verdes sobre el fondo negro: “Boyberry”. Allá vamos.
Al entrar, con una mezcla de nervios y excitación, apenas miró el local. Tenía sus ojos fijos en Julio, que le hacía señas con la cabeza con una amplia sonrisa en la cara. Estaba apoyado en la barra, con una camiseta blanca pegada y unos vaqueros que anunciaban al mundo que su dueño estaba bien dotado y que cargaba a la derecha. Mario se acercó. Intercambiaron unas palabras, pero Mario solo podía mirar la boca de Julio. Tenía una idea en la cabeza y no podía concentrarse en otra cosa. Pidió 4 chupitos de Tequila. Mientras pagaba, Julio lo miraba extrañado. Mario indicó a Julio con la cabeza que cogiera un chupito y levantando el suyo dijo:
– Es mi primera vez en un local gay. Brindemos por eso.
Julio, entre divertido e intrigado brindó sin parar de mirar a Mario a los ojos. Mario, por su parte, cogió los otros dos chupitos y le pasó uno. Volvieron a mirarse a los ojos.
– Otra cosa que nunca he hecho antes es besar a un hombre. Brindemos por eso.
Ambos bebieron el chupito, y antes de que Julio pudiera apoyar el vaso en la barra, Mario se abalanzó sobre él y le dio un beso en los labios. Fue un choque de bocas más que un beso. Julio retrocedió un poco por la propia inercia y Mario lo entendió como un rechazo. Bajó la cabeza y pidió perdón. Fueron las ultimas palabras que se dijeron en toda la noche dentro del local.
Las manos de Julio levantaron la cara de Mario hasta que sus ojos quedaron frente a frente. Acercó su cabeza lentamente, sin parar de mirarlo, con los labios entreabiertos. Sus bocas se fundieron en un beso húmedo y largo, tierno a la vez que intenso. Sus lenguas se chocaban, sus labios se abrían y cerraban, se mordían los labios el uno al otro… Mario no supo cuanto tiempo estuvieron así, pero podía asegurar que ese había sido su mejor beso hasta la fecha. Siguieron besándose en la barra, cada vez más juntos, hasta que notó como contra su paquete chocaba el de Julio, cada cual más duro y abultado. Eso le hizo que le subiera una ola de calor por todo el cuerpo que acabó agolpada en su cabeza. Ya no era dueño de sus actos y miró a Julio con unos ojos que le invitaban a hacer con él lo que quisiera. Julio lo entendió perfectamente, le cogió la mano y lo llevó a través del local hasta llegar a unos baños. Mario no entendía nada. ¿Qué iban a hacer allí? No pudo evitar acordarse de la escena de la estación de autobuses al ver a dos tíos sobándose mutuamente en los urinarios de pared. Julio siguió su camino y bajaron por unas escaleras oscuras. A partir de ese momento, Mario solo recuerda momentos sueltos, como esos sueños en los que la situación cambia de un momento al siguiente.
Lo siguiente que recuerda es entrar como en un mini-laberinto de pasillos que acababa en un habitáculo con una especie de asiento alargado. Julio apoyó a Mario contra una de las paredes y comenzó a besarle de nuevo. Mario, cada vez más entregado, comenzó a tocar los brazos, la espalda y el culo de Julio, mientras Julio hacía lo propio. Ambos se deseaban, no cabía duda. Sus paquetes se rozaban a un ritmo frenético, duros, deseando escapar de sus prisiones de tela. Mario frenó de repente cuando noto sombras moviéndose a su alrededor. Fijó la vista y pudo distinguir como 4 o 5 cabezas. Hizo el amago de irse, escandalizado, pero Julio lo retuvo, se acercó a su oído y le tranquilizó con un “shhhh”, al que le siguieron besos en la mejilla y alrededor de la oreja. Julio fue bajando con la boca y se detuvo largo rato en el cuello. Mario seguía incómodo y miraba de vez en cuando como el número de cabezas se iba incrementando. En el cubículo había ya 6 personas a parte de ellos, pero en el pasillo que daba entrada se intuían otras 5 o 6 personas. Pensó por un momento y marchase, pero justo en ese momento Julio sacó su lengua y le lamió el cuello. Mario, con la piel erizada, se relajó y volvió a cerrar los ojos, dispuesto a dejarse hacer. Julio le levantó la camiseta y fue bajando por su pecho besando, lamiendo, mordiendo… Mario notó como en el cubículo ya no había espacio para moverse. Fue incapaz de contar las cabezas. El pasillo también parecía lleno. De repente, mientras Julio mordisqueaba sus pezones le cogió su mano derecha y la dirigió hacia el tío que tenía justo al lado, hasta posarla sobre su rabo. Era la primera polla que tocaba. Parecía grande, y desde luego, estaba dura como una piedra. Julio movió la mano de Mario indicando que iniciara el movimiento de paja a aquel desconocido.
Mientras Mario empezaba a masturbar al desconocido, la boca de Julio había pasado por su ombligo y seguía bajando. Con los dientes, Julio mordió el paquete de Mario, que exhaló cerrando los ojos y echando la cabeza hacia atrás. El desconocido al que pajeaba aprovecho para cogerle de la nuca y empezar a besarle con pasión. Mario ya no tenía control sobre sí. Besaba al desconocido sin parar de pajearle mientras con la otra mano apretaba la cabeza de Julio contra su paquete. Julio, mientras con una mano apretaba el culo de Mario, consiguió con la otra desabrocharle el pantalón, que cayó a la altura de las rodillas. Entre su cara y el rabo de Mario sólo estaba la fina tela de un calzoncillo blanco y empapado de precum. Acercó la nariz y aspiró fuerte, embriagándose con el aroma a macho de Mario. Con la lengua repasó toda la silueta del rabo que tanto había ansiado, deteniéndose en las partes más húmedas. Mientras Mario seguía morreando y magreándose con el desconocido, Julio libero su rabo y pasó la lengua por la punta, recogiendo una gran gota de precum. Mario se estremeció y fijó su mirada en lo que estaba pasando más abajo. Vio como su rabo fue desapareciendo en la boca de Julio, hasta que la nariz de este se perdió entre el vello púbico. Julio estuvo varios segundos con todo el miembro dentro de su boca, aguantando estoicamente las arcadas. Comenzó entonces una mamada lenta y profunda, recorriendo todo el rabo con sus labios, desde la punta hasta que los huevos de Mario chocaban con su barbilla. Éste gemía cada vez más fuerte y cada vez más gente se empujaba intentando ver el espectáculo. En un momento dado, Julio dejó el capullo de Mario apoyado en sus labios y levantando la mirada, fijó sus ojos sobre los de su compañero de pensión. Esto volvió loco a Mario, que cogiendo con ambas manos la cabeza de Julio, comenzó a meter y sacar su polla de esa boca que tanto placer le estaba dando, despacio primero, pero aumentando el ritmo y la profundidad a cada embestida. Acabó follando salvajemente la garganta de Julio, que no dejaba de mirarle a los ojos con los suyos llenos de lágrimas.
Mario paro de follarle la boca, sacó su rabo lleno de babas, levantó a Julio y lo apoyó contra la pared, de espaldas a él. Comenzó a restregarle el rabo por la raja de su culo, empapándolo con las babas que el propio Julio Le había dejado. Cuando estaba bien mojado, apoyó el rabo y empezó a moverse como si lo estuviera follando. El glande de Mario resbalaba arriba y abajo, presionando el culo de Julio, que cada vez se notaba más relajado. En uno de los vaivenes, la punta entró seguida de un suspiro hondo de Julio. Mario paró en seco, no sabía si le habría hecho daño, pero notó como la mano de Julio tiraba de su cadera invitándole a seguir metiéndosela. Se movió despacio, notando como cada centímetro de rabo iba entrando. No podía creer lo cachondo que estaba. Cuando estuvo dentro, la mano de Julio tiró aún más fuerte de su cadera, como indicando que no se moviera aún. Aprovechó para mirar a su alrededor. Identificó a 3 que se masturbaban con el rabo fuera, dos mamando rabo y otros cuantos manoseándose por encima de la ropa. Del pasillo salían cabezas y manos intentando abrirse paso. Esto le agobió un poco y sintió la necesidad de salir de allí, pero justo en ese momento Julio quitó la mano de su cadera, dándole vía libre. Empezó entonces una follada que recordaría siempre. Primero se movía despacio, sintiendo cada pliegue del interior de Julio, pero cuando éste empezó a gemir, le agarró fuerte de las caderas y empezó un movimiento rítmico cada vez más frenético y salvaje. El choque de sus piernas contra las nalgas de Julio hacía cada vez más ruido y los gemidos de ambos se fueron convirtiendo en gruñidos animales y gritos de placer. Alguien empezó a tocarle el culo, pero no le importó. Un dedo se introdujo en su ano, pero no le importó. Siguió con el metesaca brutal. Alguien se puso detrás de él. Algo duro presionó su culo. No le importaba nada. Solo cuando el rabo del que tenía atrás empezó a meterse dentro de él paró de follar a Julio, sin sacársela. Sentía dolor, pero también excitación. Cuando tuvo dentro todo el rabo del desconocido, sin apenas haberse acostumbrado a él, retomó el metesaca, esta vez más suavemente. No podía creer que se estuviera follando a un tío mientras otro se lo follaba a él. Esto le produjo mucho morbo y comenzó de nuevo a follar salvajemente a julio, provocando que el desconocido lo follase salvajemente a él. El placer era indescriptible.
Estuvieron así varios minutos hasta que Julio grito de placer mientras se retorcía entre espasmos. Esto hizo que apretase el culo, y provocase a su vez un orgasmo brutal a Mario, que se corrió dentro de él. El desconocido se la sacó a Mario, se quitó el condón y acercándose a Julio, se corrió en su boca y cara. Como Julio no se quejó, dos desconocidos más aprovecharon para correrse encima de él. Mario miraba la escena mientras seguía con su rabo duro dentro del culo de Julio, metiéndolo y sacándolo lentamente. Ambos se miraron y acercaron sus caras hasta besarse, compartiendo el semen de los desconocidos. Muchos años después, Mario seguiría empalmándose al recordar ese beso.
Se limpiaron y vistieron como pudieron y se abrieron paso entre la gente que se agolpaba en la cabina y el pasillo. Apenas les dejaban salir. Les tocaron rabo, culo, pecho… Mario ni siquiera se agobió, estaba demasiado alucinado con el placer que acababa de descubrir. Subieron hasta la planta de arriba cogidos de la mano. Julio lo llevó hasta la barra donde pidió más chupitos. Brindaron en silencio, sonriéndose y mirándose a los ojos. Ambos sabían que esto sólo había sido el principio. Había sido la primera vez para Mario en muchas cosas, y para ambos, había sido el inicio de muchas cosas que probarían juntos.

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