Eran las siete de la tarde y llovía a mares. Como siempre, llegaba tarde. Hacía quince minutos que había quedado con Alfret en la Plaza de Toros para emprender nuestro viaje a Madrid.
-Hola, ¿Alfret?
-Hola. Sí, soy yo.
-Disculpa el retraso. Adelante.
Estas fueron las primeras palabras que crucé con aquel chico de pelo castaño que acababa de subir a mi coche. Después de las típicas presentaciones, nuestra charla fue in crescendo. Alfret era un chico agradable y simpático, aunque parecía un poco introvertido, pero sin duda lo que más me llamó la atención de él fue su dulce cara y la fortaleza corporal que permitía intuir su camiseta de tirantes.
Alfret tenía unos brazos bien marcados. Su pectoral redondeado, coronado por una cadena de plata, invitaba a bucear entre su vello durante horas. ¡Y qué decir de sus piernas! Debían de haber sido esculpidas por el mismísimo Miguel Ángel.
Sin mediar palabra, mientras me hablaba de su novia con tono rudo, Alfret comenzó a desnudarse. Se quitó la camiseta y a través del espejo retrovisor pude deleitarme con su fuerte torso. La fuerza ejercida por su brazo derecho contra el botón del pantalón para desabrocharlo hacía que la vena de su bíceps se marcara de manera descomunal. En ese momento, con su pecho completamente al descubierto y su pantalón medio bajado, solo me pude imaginar tumbado en una cama con las piernas abiertas y su puño dentro de mi ojete. Mi pene comenzó a lubricar hasta el punto de dejar marcado el pantalón de chándal que llevaba puesto.
Alfret llevaba unos slips blancos que estaban desgastados, lo cual me permitía entrever su miembro apoyado sobre sus hinchados testículos. Aquella visión hizo que la pequeña marca de mi pantalón se convirtiera en una gran corrida que impregnó toda la tela.
-Espero que no te moleste. Es que voy empapado de la lluvia y no quiero llegar a Madrid con una pulmonía.
-No, no. Tranquilo. No te preocupes.
Sus palabras llegaban tarde, pero la sorpresa había valido la pena. Al final resultó que Alfret no era tan introvertido como parecía.
Sin darnos cuenta nos plantamos en Madrid. Alfret bajó del coche, cogió su maleta y desapareció. Lo primero que hice en su ausencia fue llamar a mi amigo Alberto para contarle el viaje de Bla Bla Car más húmedo de la historia. Lo segundo, decirle que en cuanto cenáramos teníamos que ir a un sex bar para rematar la faena. No me podía quedar con ese calentón. Por supuesto, le pareció una idea excelente.
-¡Hola guapo!
-¡Hola! ¿Cómo estás? Me alegro de verte. Estoy ansioso por ver donde me vas a llevar.
Por aquella época no conocía muchos lugares de ambiente en Madrid, pero no me preocupaba. Sabía que Alberto me llevaría al mejor. Lo primero que me llamó la atención del Boyberry fueron sus cristaleras. A través de ellas podías ver a decenas de hombres sedientos de sexo, con ganas de polla y culo, y eso precisamente es lo que yo necesitaba.
-Ponme un Gin Tonic por favor.
Cuando alcé a vista para darle el primer sorbo a la copa, ahí estaba. Era Alfret. ¿Qué cojones hace aquí si me ha dicho que tenía novia? – pensé. Sin dudarlo ni un segundo, sin ni siquiera avisar a Alberto, me fui cara a él.
Cuando me disponía a hablarle su dedo índice se posó sobre mis labios sin dejarme mediar palabra. Mientras, con su otra mano, estiró de mi camiseta desplazándome lentamente hacia el cuarto oscuro. En ese momento solo me pude volver a imaginar con su puño dentro de mi ojete.
Recorrimos el pasillo, en silencio, hasta encontrar una cabina libre. Cada vez que intentaba decirle algo presionaba con más fuerza su dedo sobre mis labios. Dedo que empecé a lamer lentamente y que Alfret llevó hacia su trasero acompañado de mi mano. En ese punto donde ya estábamos los dos desnudos, sus piernas entreabiertas me hacían intuir que el puño no acabaría en mi ojete, sino en el suyo. Y así fue.
Con Alfret a cuatro patas sobre la colchoneta comencé a jugar con su orificio todavía terso mientras con la otra mano le tocaba la espalda. De vez en cuando le acariciaba suavemente la cabeza. Intentaba transmitirle sensación de calma. Estaba convencido que aquella imagen de chico duro y heterosexual era tan solo una fachada. Alfret necesitaba de mi experiencia.
Mientras le introducía mis dedos lentamente, sus gemidos retumbaban en el habitáculo. Aquello hacia que mi polla fuera a explotar. Ya con los cinco dedos dentro de él, la presión que ejercía con mi cuerpo sobre el suyo hacía que el objetivo estuviera cada vez más cerca. Alfret estaba extasiado. Su movimiento de pelvis así lo demostraba.
Finalmente, cuando ya los dos éramos completamente uno, noté sobre mi pie la corrida caliente y espesa de Alfret. Había conseguido que se corriera sin haberle rozado la polla. Y entonces, lo mismo me ocurrió a mí. Aquella era la segunda vez que aquel chico de cara angelical y cuerpo musculoso hacía que me lefara entero.
Ya vestidos, y siguiendo sin intercambiar palabra, se limitó a dejarme un papel con su número de teléfono mientras salía del Boyberry con una sonrisa de oreja a oreja. De vuelta en la barra, mi teléfono vibró.
-¿Qué tal?
Ese fue el primer whatsapp que recibí de quien a día de hoy es mi pareja.